En la película Espartaco, se cuenta la historia de un gladiador y esclavo romano que condujo un ejército de esclavos en rebelión el 71 A.C.. Los esclavos derrotaron dos veces a las legiones romanas, pero al fin fueron vencidos por el general Marco Craso tras un prolongado sitio y una batalla. En la película, Craso dice a los mil sobrevivientes del ejército de Espartaco:
- Habéis sido esclavos. Seréis esclavos de nuevo. Pero la misericordia de las legiones romanas os evitará la justa pena de la crucifixión. Solo debéis entregarme al esclavo Espartaco, pues no le conocemos de vista -
Al cabo de una larga pausa, Espartaco se levanta y dice: “Yo soy Espartaco”. El hombre que está a su lado se levanta y dice: “Yo soy Espartaco”. El siguiente hombre también se levanta y dice: “No, yo soy Espartaco”. Al cabo de un minuto, todo el ejército está de pie.
No importa si la historia es cierta o no, demuestra una verdad profunda: cada hombre, al ponerse de pie, escogió la muerte. El ejército de Espartaco no profesaba lealtad al hombre, sino a la visión compartida que este había inspirado: la idea de que podían ser hombres libres. Esta visión era una idea compulsiva, ningún hombre podía abandonarla para regresar a la esclavitud.
Una visión compartida no es una idea. Ni siquiera es una idea tan importante como la libertad. Es una fuerza en el corazón de la gente, una fuerza de impresionante poder. Puede estar inspirada por una idea, pero si es tan convincente como para lograr el respaldo de más de una persona, cesa de ser una abstracción. Es palpable, la gente comienza a verla como si existiera. Pocas fuerzas humanas son tan poderosas como una visión compartida.
Asi como las visiones personales son imágenes que la gente lleva en la cabeza y el corazón, las visiones compartidas son imágenes que lleva la gente de una organización. Crean una sensación de vínculo común que marca y brinda coherencia a las actividades dispares de una organización.