Visionado: "Caníbal", de Manuel Martín Cuenca: "Psicopatía en frío"
Publicado el 06 febrero 2014 por Cinetario @Cinetario
Nota: * *No es la primera vez, ni será la última, que asistimos a un retrato casi deshumanizado de algún asesino en serie. Hace décadas que muchos realizadores se dieron cuenta de que la mejor manera de mostrarnos a un psicópata era metiéndonos en su cabeza, suponiendo que su contemplación de la vida era tan aséptica como desprovista de moral. En el caso de Caníbal, somos testigos de esta técnica, y de una revisión del mito nacido al amparo del famoso personaje Hannibal Lecter. Una lectura a la española que, por aquello de marcar la diferencia, pretende conseguir todo aquello con lo que tropieza.Puede resultar levemente inquietante el planteamiento de un sastre granadino, interpretado por Antonio de la Torre, que mata y come mujeres en sus ratos libres, y que vive solo y apartado del mundo en una sobriedad casi enfermiza. Sus primeros planos sutiles, destiladores de cierta lírica visual, y la cálida presencia de Olimpia Melinte en un doble y nada desdeñable papel, no consiguen sin embargo salvar una película tan quieta, tan metida en la cabeza y sentimientos de su protagonista que al final te deja igual.Caníbal es la promesa de una tormenta emocional que nunca llega, y que además está narrada en pausadas secuencias de silencios estirados y poco justificados que hacen que el espectador no termine de saber si a sus tres protagonistas les pasa algo raro, malo, bueno o simplemente carecen de cualquier sentimiento demostrable. La palma se la lleva De la Torre. Sin mover un músculo en prácticamente toda la película consigue que su mirada fija y dos leves sonrisas nos demuestren que sí, que el hieratismo también se le da bien, pero que le preferimos pasional y depravado.Al final, y pese a los intentos de Manuel Martín Cuenca por coquetear con la parálisis fotográfica, y a ese subtítulo sugestionador que reza "una historia de amor", lo que nos deja la historia es una ingrata sensación de aburrimiento. Incluso con algunas bellas imágenes de ambientación y de frialdad intencionada, tampoco podemos sustraernos de ese mensaje religioso que desprende al final el relato: el criminal redimido, el malo castigado por su villanía, el paso de una procesión casi penitente, la judaica justificación de sus actos y hasta ese famoso plano del cartel imitando una "Piedad" invertida.La película se encuentra respaldada por el éxito de crítica que obtuvo en el Festival de Toronto y por sus nominaciones a los Premios Goya, y no obstante nosotros preferimos cualquier trabajo anterior del realizador andaluz (La mitad de Óscar o La flaqueza del bolchevique como dos claros ejemplos) a la hora de decantarnos por las pasiones humanas (morales o amorales) que traspasan la pantalla. Porque un psicópata, así servido en frío o casi en formol, no deja de ser una estatua para contemplar sin más.