Nota: * * *
"Toda gran historia merece ser adornada". Peter Jackson dejó que esta frase de Gandalf extraída de El Hobbit de J. R. R. Tolkien dejara claro desde los primeros minutos de Un viaje inesperado, la primera entrega de esta nueva trilogía, que lo que pretendía hacer con la precuela de El Señor de los Anillos era algo más que una adaptación. Fue su gran justificación, una excusa que apenas nos importó hace un año cuando los enanos de Erebor emprendieron su viaje junto al hobbit Bilbo Bolsón para recuperar el Reino bajo la Montaña. Sabíamos que la base no era más que un cuento infantil que merecía ser madurado y aderezado para llegar al gran público, cuyo listón era ya prácticamente inalcanzable tras seguir años antes las aventuras del anillo.Pero en La desolación de Smaug ya no hay una historia "basada en". Las andanzas de estos pequeños personajes han saltado todas las fronteras de la narración original para dejarse llevar por una inspiración totalmente desbocada, donde apenas reconocemos la literatura, y donde el director australiano genera tres historias paralelas que, aunque respiran mínimamente por los Apéndices de Tolkien, son prácticamente inventadas. Es muy curioso, porque pese a haber introducido más elementos pasionales, carece del alma y emoción de la primera entrega.Entendemos que merezca la pena aprovechar a ese grande entre los grandes que es Sir Ian McKellen y no limitarse a hacerlo desaparecer sin más como sucede en el libro. Y qué mejor que darle al personaje de Gandalf la misma proyección que tendría décadas después y ponerlo a investigar el resurgimiento de las fuerzas oscuras en la Tierra Media. Otra cosa es que hubiera bastado con insinuarnos su inminente peligro y no mostrarnos ya a un Sauron sacado de la chistera de la nigromancia. No hacía falta. El Hobbit siempre fue una historia independiente y con suficientes elementos autónomos como para respirar por sí misma.Por eso lo que podemos tolerar y comprender en el caso del Mago Gris no cuela con el resto de los adornos, en forma de elfos y orcos. De repente Legolas (Orlando Bloom) aparece incrustado para consuelo de sus fans, y con un manejo de la espada y del arte ninja del que decide no hacer gala 60 años después. Y como todos sabemos del poco apego de Tolkien a los personajes femeninos, con calzador aparece la elfa Tauriel (la "perdida" Evangeline Lilly) para generar una precuela individual de la Arwen de Rivendel y protagonizar una historia de amor interracial que resulta impostada, lamentable e innecesaria.Esto unido a las manadas de orcos de diseño y al libertinaje ejercido sobre el guion -la separación de los enanos, el desaprovechamiento del misterioso personaje de Beorn, el protagonismo incomprensible de Bardo, el absurdo rol de Stephen Fry como gobernador de la Ciudad del Lago, o el empobrecimiento espiritual de Thorin Escudo de Roble- hacen que al final el pobre Bilbo, que es el mejor personaje de todos (magnífico sin reservas Martin Freeman), resulte en la segunda mitad casi un pelele. Al final, esa sensación desaparece en la mejor escena de la película: su encuentro con Smaug, un gran logro de Jackson que nos deja entre conmocionados y maravillados. Porque el dragón es una de las mejores creaciones que se han hecho en el género fantástico, sin matices.Y es que pese a todo, no podemos dejar de reconocer que la película es apabullante y rabiosamente entretenida. Los elementos de acción y aventura prácticamente no dan tregua, y pese al autoplagio que Jackson se empeña en ejercer, su pulso a la hora de desatar la imaginación no parece tener límites y en escenas como las de la huida en los barriles entendemos por qué de vez en cuando es tan necesario dejarse atrapar por la magia. Nos queda Partida y regreso, la tercera entrega, para poder hacer un diagnóstico global de esta revisión de la vida en la Tierra Media, y confiamos en acabar comprendiendo entonces por qué fue tan imprescindible cada huida alocada de la historia original.