Nota: * * *
Si el mundo de los superhéroes se os queda pequeño, algo que de entrada no nos parece concebible, ya tenemos con nosotros otra nueva dosis de salvadores mundiales. El Hombre de Acero ha aterrizado como un meteorito en las taquillas españolas y aunque todavía no ha conseguido situarse en el número uno, seguramente lo terminará haciendo conforme se vayan dilatando las expectativas vacacionales en las salas del cine. El bombazo del verano lleva la firma de Zack Snyder y algo de la nostalgia del personaje cinematográfico que Richard Donner dio a luz en 1978, con la manos puestas en el cómic antológico de Joe Shuster y Jerry Siegel. Probablemente habría mucho más que nostalgia si el director de las también adaptadas Watchmen y 300 no se hubiera topado con Christopher Nolan en su camino. Resulta que el todopoderoso director de la última trilogía de Batman estampa su nombre en los créditos de este 'Superman Begins' como creador de la historia y como productor, pero desde esa espectacular recreación de Krypton a pocos se nos escapa la fuerte presencia de Nolan en el humanismo trascendental con el que arranca la narración. El proceso previo al envío a la Tierra del futuro hombre pájaro ocupa el suficiente metraje dentro de la película como para que nos quedemos bien sentaditos esperando la siguiente descarga de la butaca. Y para que nos tranquilicemos se nos desenvuelve a lo naif una narración a base de flashbacks que nos permite olvidarnos de que Marlon Brando ahora es Rusell Crowe como Jor-el, y que Glenn Ford es Kevin Costner (a saber por qué) como padre adoptivo de Superman. Solo la inagotable belleza de Diane Lane como su madre de pega consigue poner orden en el reparto inicial.Llega así un barbudo y musculoso Henry Cavill que navega por el aprendizaje de sus poderes sobrenaturales con una interpretación algo limitada y básicamente empeñada en que nos quede claro lo bueno que está. El Charles Brandon de Los Tudor nos pincha el corazón por medio de sus bíceps y ni siquiera la oscuridad de su estirpe desvía la atención de su composición ojos-mandíbula. Quizás por despistarnos de tal arrebato físico nos quedamos prendados del desterrado, nacionalista kryptoniano y vengativo general Zod. Lo de Michael Shannon desde Take Shelter y Boardwalk Empire es para encerrarle con cuatro llaves en su soberbia guarida de roles de enajenado mental.Como tampoco conseguimos entender la selección de Amy Adams como Lois Lane, ni la mayor parte de las situaciones en las que se ve envuelta, ni la trascendencia del papel de un malgastado Lawrence Fishburne como su jefe en el Daily Planet, no hemos conseguido dejarnos deslumbrar del todo por el reparto coral. Decidimos por tanto centrarnos en la partitura del gran Hans Zimmer y en un guion muy bien cuidado, oscuro y psicológico, con un tratamiento exhaustivo de la moral moderna, pero al que le asoman esas trazas de trascendencia mesiánica, asimilaciones bíblicas (charla con cura incluida) y patriotismo que descuajan el sufllé. Así podemos disfrutar mejor de unas escenas de acción que hacen explotar cualquier electrocardiograma, reafirmados en la querencia de Nolan por la destrucción de edificios y en el amor de Snyder por el super-zoom y el retro-zoom.Bajo este espectáculo visual se adivina toda una filosofía del ying y yang que no tiene desperdicio, astutamente insertada en las frases de los malos. Las teorías sobre la evolución de la especie humana, la falta de moral, la necesidad de la fe, la evolución genética, los códices craneales o el miedo a lo desconocido, son un respiro emocional entre la desmedida pirotecnia. Destaca al final la ambigüedad de todo aquello que representa a nuestra especie. Porque no sabemos muy bien qué significa entonces ser humano si necesitamos ser de acero para combatir a nuestros enemigos. Por lo visto extinguirnos nunca es una opción viable para el cine apocalíptico. Y en ello estamos.