Visionado: "Mud", de Jeff Nichols. "Extensiones de encanto sureño"

Publicado el 05 septiembre 2013 por Cinetario @Cinetario

Nota: * * *Es un auténtico placer poder disfrutar, aunque sea casi con año y medio de retraso, de películas tan sencillamente engalanadas como Mud. Desde las aventuras tragicómicas con las que conmovió Charles Chaplin hasta el tratado de moralidad de Un mundo perfecto, tampoco habíamos vuelto a dejarnos llevar con realismo y verdadera ternura con el despertar de la infancia y adolescencia sureña, esa que primero Mark Twain, y luego William Faulkner y Carson McCullers se encargaron de cubrir con silencios, soledades, paisajes y tardes tranquilas en la literatura estadounidense contemporánea. Jeff Nichols, el director de la asombrosa Take Shelter, regresa a las profundidades 'indies' americanas con esta historia de dos chicos (Tye Sheridan y Jacob Lofland) que traban amistad con el fugitivo Mud (Matthew McGonaughey), en la isla del río Mississipi donde se refugia, buscando el momento de reencontrarse con el amor de su vida, Juniper (Reese Witherspoon). Al igual que en el doctorado sobre paranoias apocalípticas que realizó en su película anterior, el cineasta mueve sus personajes con la parsimonia necesaria para que entremos en el reinado de la psicología y la meditación.Es más, el primer aplauso es para ese actor que está realizando los dos mejores años de toda su filmografía. McGonaughey, el surfero preferido del paseo de la fama, está portentoso y ronco en su rol de héroe sureño y misterioso. Mucho más delgado y con una madurez que le sienta de maravilla, el actor se anota un tanto más después de sus fabulosas interpretaciones en las recientes The Paperboy y Killer Joe. Pero tampoco le hace ninguna sombra a los dos niños, naturales como si no rondaran cámaras delante, sobre todo en el caso de Sheridan, al que ya registramos mentalmente en El árbol de la vida. Tras nuestro admirado Michael Shannon, que pasa de protagonista de Take Shelter a secundario simpático en esta, también el gran Sam Shepard y una entaconada Witherspoon completan las sólidas tablas de la historia.

Sin embargo, al margen de sus actores, pasa que es es la belleza de paisajes lentos y fluviales por los que se desarrolla la historia, montados como extensiones de ese encanto sureño, donde encontramos la sobrecarga emocional que termina por aburrir levemente, sobre todo en la última media hora. Es muy curioso, porque se supone que el clímax final adopta la forma de la explosión, de la catarsis de un cruce de caminos donde se decide el destino de todos. Nichols se equivoca al intimar tanto con el público para al final convertir los hermosos diálogos del principio en un thriller de espeso voltaje mediante una composición final atolondrada y un tanto fuera de tono.La moral empuja a veces muy fuerte incluso en los circuitos independientes, mucho más si hay niños metidos en faena. Comprendemos por tanto que la mayor parte de las historias (la del propio Mud y su amada, la de los que le persiguen, la de los padres del protagonista, la del viejo vecino) resulten un tanto incomprensibles o inacabadas. Es el punto de vista de los dos niños el que impera, el de la mirada limpia, ingenua y defensora del amor. Nos quedamos con eso, con las notas húmedas del compositor David Wingo y con la inocencia de su edulcorado final para sentirnos también redentores de algo por un par de horas.