Visionado: “Noé”, de Darren Aronofsky. “A otros con ese cuento”

Publicado el 13 abril 2014 por Cinetario @Cinetario

Nota:  * *

Es lo que tiene la Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento. Que te lías, te lías, y ya no sabes lo que estás leyendo. Eso si eres una persona normal. Pero es que si además eres Darren Aronofsky, ese cineasta que desgarra cada emoción humana hasta ponerla al límite del trastorno, el resultado de tal lectura puede ser o una bomba de relojería de dimensiones descontroladas,  o el desconcierto más absoluto. O las dos cosas, que es el caso de Noé, una superproducción que se nos ha ido adelantando con cuentagotas milimetradas antes de su estreno, y en la que el realizador estadounidense ha decidido montarse una orgía de géneros, desde la ciencia-ficción hasta el drama telefílmico, a cual más soporífero.

El principal defecto es que desde el principio ya sabíamos que no funcionaría. Convertir la antigua Pangea, cuando los hombres no entendían de civilizaciones y se movían básicamente por instintos nómadas y animales, en una especie de Tierra Media donde hay minerales con poderes mágicos y una estirpe de Vigilantes que parecen primos hermanos de los ents de Peter Jackson y Tolkien, no es el mejor punto de partida para asentarnos en un argumento que descarrila cuando los malos empiezan a matar sin ton ni son o cuando el primer animal que vemos es una especie de ornitorrinco-zorro con escamas.

Después llega la revelación del diluvio por parte del Creador, y es entonces cuando empezamos a descubrir al personaje de Noé, un Russell Crowe muy sobrio y correcto que hace lo que puede con un guion que le obliga a cambiar de rol cada veinte minutos: primero un amoroso cabeza de familia, después un iluminado profeta, más tarde el héroe optimista de la fauna mundial o un ecologista recalcitrante, un Zeus enajenado y un borrachín arrepentido. Toda una odisea personal donde se adivina la intención del director de contarnos un aprendizaje por mandato divino que al final termina exasperando al más fiel a las antiguas escrituras.

También resulta muy agradable la presencia de esa gran actriz que siempre ha sido Jennifer Connelly. La que fuera musa de Aronofsky en Requiém por un sueño, repite como pareja de Crowe tras Una mente maravillosa, con esa mirada melancólica y rostro atemporal que consigue transmitir algo de emoción al continuo vaivén del ritmo dramático. No podemos tampoco decir nada malo de la aparición del matusalén Anthony Hopkins, aunque resulte algo cómica su condición de adicto a los frutos silvestres, ni de la ‘potteriana’ Emma Watson, que sabe imponer su drama personal a todos los efectos especiales de la cinta.

Es la narración la que condena al espectador a los bandazos de un “ahora sí, ahora no”, entre secuencias maravillosas como la construcción del arca y la entrada de los animales, y otras tan ridículas que no puedes sino apartar la vista, casi todas referidas a esos señores de piedra que te sobran durante toda la historia y en cuyo regreso luminoso a la derecha del Padre apenas si pudimos contener las carcajadas.  Al final, nos dimos cuenta de que la contención y el respeto se imponen en las más de dos horas de metraje debido a un elemento nada desdeñable y que no cesa ni un segundo: la espectacular banda sonora de ese grande llamado Clint Mansell, en esta ocasión (esperemos que sea la única) situado en cinco niveles por encima de lo rodado.

Decir que Noé es la peor película hasta la fecha de Aronofsky no tiene ninguna utilidad. Tras obras maestras como Pi, fe en el caosRéquiem por un sueño, El luchador o Cisne negro, un traspiés similar al que tuvo con La fuente de la vida no hace sino confirmar que lo suyo no es el género fantástico. Y mucho menos basándose en la Biblia, un libro que cuenta ya con elementos de ciencia-ficción suficientes para no darle mucho trabajo imaginativo a todos los que quieran hacer la de Cecil B. DeMille y montarse sus dos entregas de Los diez mandamientos. Así que por esta vez, que le vaya a otros con ese cuento, y nos deje a nosotros con el fracaso mundano, el que no hace falta disfrazar, el que puede que sí consiga algún día acabar con el mundo.

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