Supo muy de joven que la vida es un sucio juego en el que siempre se pierde y no estaba dispuesto a dejarse arrastrar por la fatídica resignación. Él sería quien decidiera cuándo y cómo. Soñar con fuerza da alas y cuanto más despierto estaba más cerraba los ojos. Volaba tan rápido que nadie puede decir que lo haya visto. Habló fuerte y nadie le oyó. No huía, perseguía belleza y libertad por entre los escombros. Y al ver sus alas inservibles de tanto agitarlas subió a la azotea del hotel para un último vuelo festivo y cumplir así su antigua sentida premonición. De asfalto eligió su féretro. De vida llenó su muerte.
En los buenos tiempos sudaba buen rocanrol y en los malos también. Cantaba sus canciones como un bello jilguero ronco lacerado. Pintaba con desesperación las veces que se sentía mono en vez de pájaro y, delante del hotel, con una mancha oscura firmó su último cuadro.