¿QUÉ TAL ESTAS?, le preguntaba yo ayer, a modo de saludo, a un compañero de trabajo. “Pues, la verdad, un poco jodido con lo de Steve Jobs”, me contestó, con su inseparable iPhone en la mano, y un punto de amargura y tristeza que me pareció sincero. Fue entonces cuando entendí, aunque antes ya lo podía intuir, que la muerte de este revolucionario de la era digital dejaba un enorme sentimiento de orfandad entre su legión de seguidores.
Un afecto, entiendo, difícilmente comprensible para los que no son fieles al estilo Mac, los maqueros de toda la vida, o no han caído rendidos a los encantos de la marca de la manzana en alguno de sus celebrados dispositivos. Porque Jobs no tenía clientes, que también y muchos, sino fans. Adeptos y militantes de una causa que le hacía adorable hasta un nivel que rara vez alcanzan determinados líderes políticos, religiosos, o de cualquier otro tipo. Admito que a más de uno le pueda parecer excesivo pero esa es, al menos, la impresión que yo tengo. Es la religión, secta dicen otros, de Apple. Leo, incluso, que la muerte del cofundador de Apple ha causado en Estados Unidos una conmoción similar a la de un presidente y, sinceramente, no me extraña.
No creo, en definitiva, que ese sentimiento pudiera aplicarse si estuviéramos hablando de la desaparición de algún otro empresario global. Los productos de Apple, más allá de su magnífica puesta en escena y de su calculada estrategia comercial, se han convertido en un icono de la cultura popular. Y ese es, precisamente, su principal atractivo y su valor. La conexión emocional y la “inteligencia bella” de sus productos (Javier Mariscal dixit) no cotizan en Wall Street, o tal vez sí, aunque lo que me importa destacar es que sus cacharros hacen felices a la gente como casi ningún otro lo había hecho antes. Ya sé que puede sonar a banalidad, habiendo tantas necesidades como hay, y que adorar la “manzana de oro” en estos tiempos puede resultar un exceso, pero no todos los días despedimos a alguien que cambió el mundo, nos hizo la vida mejor y, con frecuencia, más feliz. "Encontrad lo que amáis".