21:06 de la noche. Silencio absoluto. La casa parece vacía. Los enanos hace rato que han caído totalmente rendidos en sus camas. Ha sido un día duro. Para todos, aunque para algunos más que para otros. Cómo cambian las concepciones de las cosas cuando el tiempo pasa. Mi pequeño gran hombre, el mismo que hace dos día lloraba agarrado a mis faldas, se ha despertado esta mañana diciendo "¡Yupi! ¡Hoy vamos al cole!". La otra cara de la moneda, mi princesa que se hace mayor y que, a pesar de ir al cole de mayores, no ha querido ni oír hablar del tema. De la misma guisa han entrado en clase, uno contentísimo, la otra con llorera de serie. La vuelta ha sido mejor, una sonrisa y un abrazo en ambos recibimientos. Caritas felices pero agotadas. Demasiadas emociones para esas pequeñas cabecitas. Y así empieza un nuevo curso y termina un verano aprobado con nota en lo que a conciliación de refiere. Por fin he podido romper el planning de días marcados con colorines. A todo esto, hoy hace un año que terminó mi larga excedencia o como yo la he rebautizado: mi luna de miel con mis pequeños. Y así va pasando el tiempo, van pasando los años. Y ya van cinco...