Visita a la médica de cabecera

Por Lectoraprofeymama

Me parece muy extraño eso de ir al médico cuando no estás enferma, pero así es el protocolo aquí: primero pasas por el médico de cabecera y luego él te deriva a la matrona. Por eso, pasado el fin de semana pedí cita para mi doctora y por suerte me la dieron para ese mismo día.

Mi médica de cabecera es estupenda. Me la asignaron cuando nos vinimos a vivir a este pueblo y mi marido me vio tan contenta con ella que solicitó que ella nos atendiera a los dos. No he tenido que ir a verla muchas veces, pero siempre me ha atendido muy bien, con una sonrisa, me dio consejos muy sensatos cuando estuve haciendo un tratamiento de seis meses por un problema en el estómago y suele recordar a sus pacientes. No sé si de verdad tiene una memoria de elefante o si tiene la malicia de consultar el expediente antes de que entres, pero sea como sea a mí que se tome ese trabajo me parece una prueba de profesionalidad.

Pues bien, estaba yo en la sala de espera cuando, qué oportuna fui, me dio un mareo gordísimo. No sé si era una náusea matinal, pues, aunque tenía ganas de vomitar, sobre todo estaba mareada. Tan evidente fue que un señor que estaba sentado cerca se ofreció a buscarme un vaso de agua. Después de beber ya me empecé a encontrar mejor.

Por fin pasé a la consulta, y cuando la médica me preguntó qué me pasaba, le dije: «Creo que estoy embarazada». Dije «creo» no porque no estuviera segura, sino porque aún me parecía muy gordo decirlo así, de sopetón. La médico, muy simpática, observó que estaba sonriendo y que por lo tanto era una buena noticia, y empezó a preguntarme si me había hecho un test y qué síntomas tenía. Luego me mandó a la enfermería, porque por protocolo tienen que confirmar ellos el embarazo.

Total, que otra vez a hacer pipí en un vasito y a dirigirme con el vasito cerrado a la enfermería. El enfermero fue bastante un poco brusco: vi que tenía el mismo test que yo había usado en casa, y en lugar de sumergirlo con cuidado de que no sobrepasara el límite indicado por una raya y dejarlo sumergido 15 segundos, hundió el test con fuerza en el contenido de mi vasito y lo sacó en menos de dos segundos. Cómo sería la cosa que cerré de nuevo el tubo de ensayo con la muestra de orina y lo guardé, por si acaso había que repetir el test porque diera negativo.

Por suerte volvió a dar positivo, y, aunque no había sido la primera orina de la mañana, el positivo era bastante más intenso que el de mi primera prueba de embarazo. Me fui con mi test en un sobre de nuevo a la consulta de mi médica, que me recibió otra vez con una sonrisa: «Era positivo, ¿eh?». Y ahí me eché a llorar. ¡Malditas hormonas! Pronto empezaban a surgir efecto. Me extendió el volante para la matrona y me dijo que por un acuerdo con ella los médicos hacían una revisión preliminar, así ella contaba con algún dato cuando nos veía por primera vez.

Anotó mi peso y mi altura, me tomó la tensión (un poco baja, como es habitual en mí), me auscultó para descartar soplos y me preguntó si notaba las piernas hinchadas. Me dijo que mi fecha probable de parto sería el 20 de octubre (aunque yo cumplo las 40 semanas desde la última regla el 17 de octubre, así que esperaré a que me la confirme la matrona). Me dio algunos consejos sobre nutrición y ejercicio e incluyó en mi tarjeta sanitaria el ácido fólico para el primer trimestre y el yodo para el resto de mi embarazo.

En el mostrador de abajo me dieron cita con la matrona para el lunes siguiente. ¡Qué nervios! Aún me parecía todo demasiado irreal.