El pasado domingo día 10 de abril, varios amigos y seguidores de este blog, siempre con ánimo de aprender más sobre este maravilloso mundo de la gastronomía y el vino, fuimos en autobús a Muro de Alcoi, de visita al Celler La Muntanya.
Varios de nosotros hemos ido en repetidas ocasiones a distintas bodegas. Mi conclusión personal coincide con la del resto que vivimos la experiencia: Celler La Muntanya nada tiene que ver con lo que habíamos visto hasta ahora.
Yo estaba habituada a llegar a la bodega y “pasar al pisito”, hacer un recorrido de fuera hacia adentro… Del no conocer nada de la misma, al ir entrando poco a poco e ir descubriendo. Pero en esta ocasión me sorprendió una dinámica distinta: llegamos y no pasamos; salieron a nuestro encuentro y nos descubrieron un paisaje diferente, con emociones y sensaciones distintas; nos conquistaron desde el minuto cero… el vino, nos embriagó nada más llegar (y el vino, no fue lo único que nos embriagó).
Una visita inusual nos ha marcado como pioneros en una nueva ruta para compartir el amor por la tierra y en padrinos de unas vides que luchan por su vida:
Llegamos al Celler y nos esperaban Juan Cascant e Inma, su mujer. Bajamos del bus. Se nos avisó de que no volveríamos a subir a él hasta después de comer… eran las 10:30 h de la mañana. Juan e Inma habían dispuesto una mesa larga para los 30 visitantes que esperábamos encontrar quizá una bodega repleta de actividad, pero que estaba vacía… Ese fue el primer golpe de efecto (en realidad, es porque están de traslado y no hay maquinaria ni depósitos, solamente algunas barricas).
Enseguida empezamos la cata, acompañada de las viandas más típicas de la zona: coca amb tomaca, coca amb farina, embutido variado (con nuestra deliciosa poltrota, que nadie -excepto mi hermana y yo, por haber nacido en esas tierras- conocía), y algún que otro aperitivo más. El mundo al revés: la degustación era lo primero.
Juan procedió con el blanco Albir (el argumento para este nombre es su significado: albedrío, en castellano y pozo, en árabe); posteriormente pasó a los tintos, con Celler La Muntanya y Almoroig (cuyo significado es pradera). El más reveindicativo de la cultura popular –Paquito el chocolatero– lo dejamos para degustarlo directamente como acompañamiento durante la comida, tras la visita al celler.
No dio tiempo casi a terminar la nota de cata del último vino: ya estábamos todos completamente entregados… y es que entre bocado y bocado (y entre vino y vino), Juan nos contagió la filosofía humana de la bodega (sin duda alguna en dosis muy elevadas). Y aquí viene el quid de la cuestión:
El Celler de la Muntanya está formado por microparcelas de vides, que conservan las variedades de uvas autóctonas de la zona. Cada propietario de esas parcelas tiene su profesión o su oficio. No son viticultores, no son enólogos… solamente son personas que heredaron (a veces de manera real, otras de manera simbólica) un pedazo de la tierra donde viven, donde vivieron sus padres y sus abuelos y donde vivirán sus hijos. No es importante el certificado de Ecológico (aunque todo el vino que fabrican lo es), porque esa etiqueta conlleva unas limitaciones burocráticas que no aspiran a completar. No es importante clarificar el vino blanco (no al menos para ellos), porque lo que buscan transciende la transparencia del líquido… Para ellos (y me atrevo a decir que representan la parte más humana del mundo del vino) lo importante es recuperar un uso de la tierra que les pertenece por antigüedad y por historia; encontrar el punto de inflexión en el que uno necesita volver a amar la tierra, porque se siente de la tierra; lo importante no es el nombre de tu parcela, sino lo que nos une por debajo de ella y sus delimitaciones.
Desgraciadamente, la normativa que regula “los derechos de la vid” -porque esta es una producción reglamentada- impide que aquellos que no pusieron sus papeles reglamentariamente en su día puedan hoy seguir cultivando uvas para vino, aunque las cepas tengan 95 años y aunque sean de una variedad autóctona que se ha recuperado con grandísimo esfuerzo, como la variedad Giró. Esto mismo es lo que ocurrió en Beniarrés. En consecuencia, se desarraigó la microviña y se replantó en Setla, junto a la nueva bodega. Juan insiste en que
Es un geriátrico, una UVI, donde solo hay una meta: que sobrevivan.
En su explicación, escuchamos:
Aquí tenemos un ser vivo, al que venimos a ver y le preguntamos: ¿Cómo te va?
Con esta frase nos plasmó de un plumazo lo que significa para él cada una de las cepas.
El tema no es que puedan salir mejores vinos de cepas tan viejas, como yo pensaba… sino lo que la sabiduría interna de la cepa de 95 años puede ser capaz de transmitir a la uva, después de haber superado un siglo arraigada en un suelo que ya forma parte de ella… Luego el que hace el vino, deberá aprender a extraer su fuerza. De momento, crucemos los dedos para que esta viña en fase experimental vuelva a echar raíces…
Mientras hablaba, alguno de nosotros que observaba las cepas, descubrió unos brotes, luego algunos más… Y llegó a oídos de Juan, que se puso tan contento como si le acabaran de decir que había sido padre! Compartimos la primera vez que se arrimó a venerar la nueva vida y se puso a eliminar algunos brotes… decía:
¡Lo único que quiero es que viva!
Contagiados de ese entusiasmo, dejamos que lo que emana desde la tierra entrara a través de nuestros pies.
Caminamos en una excursión junto al río Agres, en plena montaña alicantina… y fuimos todos un poco parte de esa montaña, del olor a hierba, del murmullo de río, del sol, del aire… y sentimos que ya estábamos formando parte de esa historia que al final nos cuenta el vino.
Por fin, llegamos al casco viejo de Muro, donde está Casa Alonso, un palacio del siglo XVIII que ha sido cedido a MICROVIÑA. En este espacio se ha realizado una actuación de rehabilitación y se usa como aula para las ponencias de Microviña, como espacio multidisciplinar, para exposiciones y es sede Universitaria de la Universidad de Alicante.
Tenemos la esperanza de volver en un par de años, para ver crecer nuestra viña apadrinada. Quizá para entonces, podamos usar ese espacio multidisciplinar de Casa Alonso para un concierto acústico… muchos de nuestros excursionistas del domingo son músicos. Yo solamente dejo caer una idea para un posible futuro reencuentro. Ahí queda eso, a ver si el tiempo hace crecer raíces entre lo que está interconectado…
Aquí termino esta inusual reseña, no sin antes agradecer la asistencia de los amigos que se apuntaron a esta excursión
y dar también las Gracias a:
- Jose Manuel, de El Celler de La Muntanya, por preocuparse en cuadrar este enfoque diferente de visita, donde no vimos cómo elaborar vino, sino cómo se miman las uvas.
- Juan e Inma, de El Celler de La Muntanya, por su pasión y su empeño en enseñarnos esa otra parte que nunca se menciona cuando vamos a una bodega convencional, pero que resulta vital para elaborar un buen vino: la conexión entre el hombre y su entorno.
- Marc Grau, de Fruta de La Sarga, periodista y amigo personal, que nos dio a conocer el Celler La Muntanya a través de su colaboración en nuestro blog.
- Y a quienes me han facilitado muchas de las fotos que aquí aparecen.