Parece que Richard Clayderman me dirija aún desde las portadas de sus discos esa sonrisa rubia y bobalicona solo concebible en unos años setenta desorientados. Cómo marcó ese single, que andaba por mi casa, mi primera impresión de lo que era un pianista que actuaba solo, frente a su instrumento, con esa cara de trascendencia lánguida, con ese contoneo facial y esa caída de ojos.Por suerte, no todos son así. Bueno, la gran mayoría no son así. Ni confunden virtuosismo con trascendencia ni piensan que sus dedos sobre las teclas fundirán el hielo de los polos. Ni vierten el azúcar sobre el teclado hasta que queda pringoso ni se tiran media hora manipulando la altura del asiento hasta situarla en la posición celestial.
Seré insistente: ¿Qué opinas, Horacio?
Por si alguien piensa que hay cosas más fascinantes para mí que ver a buenos músicos disfrutar de su inmersión en la producción de buenos discos. En este contexto particular, por supuesto.