¿Quien es ese con cara de tonto?, me pregunto mi nieto mayor. "Es Zapatero, un pobre diablo que está aquí, en un lugar destacado de este museo de los horrores humanos, por el inmenso daño que causó a España, por alimentar el odio, empujar a España hacia la ruptura, dividir a los españoles en dos bandos, asesinar la limpieza, ensalzar la mentira y hacernos perder mucha riqueza y valores como nación". El discurso fue demasiado denso para mis nietos, pero algo debieron captar porque sus rostros se tornaron serios y graves.
Mi nieto Sebas, el más reflexivo y perspicaz de los dos, señalando a Pedro Sánchez, dijo. "el que menos me gusta es este porque tiene cara de malo". Rápido le respondí: "tienes mucha razón, hijo". La siguiente pregunta fue más difícil: ¿Todos los que están en el museo robaron? "No, hijo, hay muchas formas de ser corrupto y ser ladrón es sólo una de ellas. Se es también corrupto cuando mienten, engañan, manipulan, compran voluntades, cobran impuestos injustos, gobiernan mal y generan injusticia, dolor e infelicidad". Y terminé agregando: “Muchas de estas personas juraban que no eran corruptos porque no se llevaron el dinero de todos, pero permitieron que en sus partidos se robara, se maltratara a la gente, se mintiera y se causara mucho dolor y angustia en lugar de felicidad”.
La visita duró casi hora y media y repasamos la terrorífica galería de los miserables que han intentado hacer trizas a España con sus abusos, corrupciones y miserias. Allí estaban los borbones, una familia que dio a España especímenes tan nocivos como el felón Fernando VII y su hija Isabel II, promiscua hasta el punto de que ni ella misma era capaz de identificar a los padres de sus muchos hijos. Pero en la galería de los reyes había otros muchos desastres dañinos, desde cobardes a fugados, comisionistas, avarientos y traidores a España.
Pero sin la menor duda las imágenes más estremecedoras eran las de los políticos, más de un centenar expuestos, cada uno con su tenebrosa leyenda impresa en bonitos y claros recuadros de bronce, al pie de las estatuas y de los cuadros que llenaban el museo. Allí, ocupando un sitio de honor, estaban los tres socialistas de la Guerra Civil, Largo Caballero, Indalecio Prieto y Juan Negrín, este último un medico eminente convertido en esclavo de Moscú, culpables los tres, en gran medida, de la contienda, de la derrota de la República y de fechorías como el saqueo de las valiosas reservas de oro del Banco de España, enviadas traidoramente a Moscú, de donde nunca regresaron porque el comunismo vive siempre del saqueo.
Visitamos las salas de los corruptos catalanes y vascos, donde el odio, los abusos y los vicios alcanzaron niveles repugnantes, la sala dedicada a los políticos andaluces de finales del siglo XX y principios del XXI, creadores de un modelo espeluznante de clientelismo, corrupción y saqueo, y otras salas que hacían temblar el alma ante tanto desastre, abuso y maldad contra España.
Antes de abandonar el edificio pregunté a uno de los vigilantes si el museo estaba terminado, a lo que respondió con vehemencia: "Que va, faltan al menos tres salas más como la grande, de 80 por 20 metros. Aquí sólo están representados nuestros ladrones y sinvergüenzas desde 1700 a nuestros días. Faltan al menos 17 siglos más de corruptos y traidores".
Me di cuenta que era cierto, que allí no estaban ni los asesinos de Viriato, ni el obispo Opas, ni Bellido Dolfos, ni el rey Alfonso VI de Castilla y muchos otros bellacos y alimañas dañinas para España.
Los tres salimos orgullosos de nuestro "Museo de los políticos corruptos", una obra única en el mundo, realizada como reacción digna por una España que, harta de padecer el acoso y el saqueo de miles de políticos sin vergüenza, sin honor y sin valores, quiso rectificar y conmemorar ese cambio de rumbo hacia la decencia realizando un enorme monumento a la regeneración, donde se plasmó ese sentimiento libertador, con acierto, en un museo único en el mundo, que ya han decidido imitar decenas de países por ser una obra didáctica para que los ciudadanos, sobre todo para los más jóvenes, que nunca deberán olvidar a los políticos indignos que quisieron llevarnos, por fortuna sin lograrlo, hasta la barbarie, el fracaso y la destrucción de España como pueblo y nación.
Francisco Rubiales