Cada carretera tiene en su asfalto historias de dimensiones indescifrables. «Si las paredes hablaran» es un dicho que se queda corto ante el paso incesante de vehículos y millones de historias. Pero solo nos damos cuenta de ello cuando uno de esos episodios sale de cualquier patrón. Y si le añadimos la sazón de los medios de comunicación, sin importar su formato, llegamos a otro nivel.
Quienes vivieron la Venezuela de los noventa, seguramente recordarán algunos accidentes donde la fatalidad y la mediática se conjugaron para impedirnos olvidar. Uno de esos eventos fue el desastre ocurrido en la autopista Regional del Centro, tramo Las Tejerías, en septiembre de 1993. La perforación de una tubería de gas, en medio de unos trabajos para la instalación de una red de fibra óptica, provocó una explosión que se cobró la vida de al menos cuarenta personas —en algunas fuentes se habla de cincuenta— y dejó catorce heridos.
Como era habitual en esos tiempos, las primeras informaciones periodísticas llegaban a través de avances y urgentes, resueltos con la narración de presentadores y locutores en radio y TV. Llegar a la zona por tierra simplemente era una locura y, según relatos disponibles en la web, los periodistas que cubrieron al principio la tragedia llegaron al lugar en helicóptero.
Fruto de ese despliegue, quedaron para el recuerdo las fotos de carros hechos amasijos luego de horas en llamas, el relato de reporteros que aseguraban sentir sus zapatos derretirse debido al calor del humeante asfalto y los videos de restos óseos dentro de los vehículos (eso del blur o efecto para difuminar imágenes no fue prioridad en algunos casos). También, perviven en la web las narraciones de los periodistas que fueron a cubrir este accidente y las historias casi míticas sobre los sobrevivientes de este siniestro.
La fatalidad y los medios también dejaron para el recuerdo otros eventos lamentables, como la catástrofe ocurrida en diciembre de 1994. Involucró a dos unidades de transporte público que colisionaron contra una red de gas y petróleo entre El Furrial y Punta de Mata, en Monagas, y dejó treinta fallecidos.
Quizás, el más impactante, desde el punto de vista mediático, fue la cobertura del choque de un autobús contra la antigua estatua del león que se encontraba en la autopista Valle-Coche, cerca de Fuerte Tiuna, en enero de 1998. Por al menos dos horas, la agonía de uno de los choferes fue registrada por medios de comunicación audiovisuales. Atrapado entre los restos del colectivo, solo pedía auxilio para seguir viviendo. Era imposible evitar la angustia ante semejante espectáculo, que terminó con el fallecimiento del hombre luego de ser trasladado a un hospital.
Si traemos esos recuerdos a estas líneas, no es simplemente para probar nuestra memoria, sino también para preguntarnos qué hemos aprendido sobre la cobertura de semejantes eventos. Nadie tiene las respuestas correctísimas, menos aún cuando el contexto mediático ha cambiado tanto. El fatal siniestro ocurrido esta semana en la autopista Gran Mariscal de Ayacucho no solo revive las inquietudes, sino que agrega más preguntas: si los medios tradicionales llegaron a perder los límites, ¿cómo no podría ocurrir eso en redes sociales? ¿Cómo construir una ética para no revictimizar a los fallecidos y familiares con juicios o conjeturas? No es fácil avanzar con estos temas sobre el asfalto que recorren los medios de comunicación.
Rosa E. Pellegrino