Vivir rodeados de información es exageradamente normal, tanto que no caemos en cuenta de ello. Palabras, imágenes, olores y texturas se cruzan a diario con seres que, según sus urgencias, pueden ignorar esos estímulos sin reparar en ello. Pero cuando se trata de buscar datos de interés, todo parece haberse simplificado: lo que tomaba horas de lectura se resuelve con palabras clave, aunque muy pocas veces verificamos si eso que recibimos del mundo digital es realmente confiable.
Las generaciones nacidas en el boom de los dispositivos móviles inteligentes nunca podrían imaginarse que sus padres y sus abuelos debían rastrear por horas en libros, revistas y cualquier otro documento nacido del ingenio del hombre para conocer un tema que ameritara semejante esfuerzo. Tampoco saben el valor de los ratones de biblioteca que antecedieron a los buscadores en línea, cuyo conocimiento sobre autores y temas ayudaron enormemente a dar con el texto correcto sin tantas horas/lectura. El esfuerzo casi siempre era directamente proporcional al resultado: confianza en la información obtenida, aunque más adelante (muchísimo más adelante, la verdad) otro libro nos desmontara por completo y por un buen rato nuestras certezas.
Esa sensación de solidez, aunque fuera circunstancial, venía acompañada por una relación distinta con las fuentes de información. Pasamos de acumular libros, películas, discos, cuadernos con anotaciones y recortes de revista a regalar o botar esos materiales porque “ya están en formato digital”. Los archivos MP3, MP4, PDF, EPUB y afines pararon el crecimiento de unas cuantas bibliotecas físicas y liberaron a muchos escritorios del peso de los documentos. Los bytes ganaron en el terreno simbólico.
Esta victoria no está libre de manchas. Aunque el mar de información en la web es infinito, también es mucho más factible obtener resultados de búsqueda nada fiables, especialmente si el humano detrás de la pantalla carece de algún criterio básico para validar lo que recibe. Según agencias dedicadas al análisis del comportamiento en el mundo web, a cada minuto se hacen 2,4 millones de búsquedas en Google, un ritmo sostenible gracias a una fugaz evaluación de datos. ¿Es posible pensar con efectividad tan rápido?
Algunos sitios web como Wikipedia, con esa filosofía de saber colaborativo que se convierte al final en la ley del más persistente, siguen liderando los resultados de búsqueda. Solo basta revisar un poco cada entrada de esa plataforma para ver el mix de varias publicaciones cuyas referencias son ignoradas por usuarios que se conformarán con esos datos y descartarán volver a los resultados de búsqueda.
Con la mediación de la Inteligencia Artificial (IA), la competencia entre los datos se vuelve más ruda. Aunque se asegura una experiencia mucho más interactiva, parece avivarse una lucha entre la calidad de la información y su optimización para responder mucho mejor a los algoritmos. Hará falta mucho más que una buena conexión a internet para poder aprender. Nadie dijo que por tener más información seríamos más sabios.
Rosa Pellegrino