¡Viva Joselito el Gallo!

Por Antoniodiaz


¡Viva Joselito el Gallo!, rompió una voz el minuto de silencio en honor al Pasmo de Triana, como la cacofonía de una pantasma gallista que arrastrando cadenas y sábana blanca, se hubiése mudado desde la antigua plaza de toros de la carretera de Aragón. Por el tendido seis andaba, el energúmeno, como comentan casi todos los que estuvieron presentes, que no podían saber, del ataque visionario, rabión e inesperado, como si hubiese sido picado por una pulga, que estaba sufriendo el abonado del seis, que ya mascaba lo de José Pedro Prados. Hasta las pulgas, por muchas categorías y subdivisiones zoológicas que haya, se dividen entre las de Gelves y las de Triana. Y algunas pueden ser premonitorias.
 Lo que vendría después, sería el Fundi y su magisterio, que subyace del gallismo más primitivo, ese que alejado de las catacumbas faranduleras del arte trae consigo la pureza más virginal que en términos taurómacos haya existido: no hablamos de las formas, muy mejorables, sino del fondo: un tío que se pone delante de un toro sabiendo lo que tiene que hacer. Verbo, el del saber, que escrito a la ligera puede llevar a equívocos y pasar como cuestión baladí, pero que desde hace más de doscientos años es la raíz del arte de torear, antes de que el parto de cultura nos alumbrara con el amaneramiento ilustrado de semaris, talas y julys.
Con inteligencia y paciencia, el veterano matador moldeó la embestida del Huérfano, al más puro estilo del mejor Ponce, de mucho sobeteo y consentimiento, de bisho mirá aquí y pasa por ahí, hasta que, como por arte de magia, y no es magia, sino el viejo arcano del toreo, empiezan a aparecer por allí muletazos estimables, profundos, con el toro yendo a más, mientras una legión de taurinos en el callejón muelen a palmaditas en la espalda al ganadero, porque el Huérfano tenía "fondo". Faena que choca de frente con el chenelismo, el pronto y en la mano, que demuestra que mientras las cosas están hechas con criterio, dándole ventajas al toro y echándole lo que un torero le tiene que echar, toda clase de coletudos son bienvenidos, respetados y hasta admirados, independientemente de que después puedan tener la gracia de Pepe Luis o la industrialización muleteril de Dámaso. Ayer nos tocó más de lo segundo que de lo primero, pero bien contentos que salimos, porque se había visto torear.
Otra cosa es la de Víctor Barrio y Del Álamo, que verles torear y caérsete los palos del sombrajo es todo un uno.  El segoviano, que tomaba alternativa, anduvo desafortunadísimo, manteniendo el nivel descendente que ya apuntó en sus últimas actuaciones como novillero. Acelerado, descolocado, sin ideas y echando mano al repertorio de tretas modernas -pico, encimismo, zapatillazo- que sirven para triunfar... en todos lados menos en las Ventas. Lo de Barrio es curioso y viene a refrendar el daño que escuelas taurinas, y taurinos sin escuela, hacen sobre los que deben ser brotes verdes de nuestro toreo. Cuando el toricantano no sabía torear, leáse sus primeras actuaciones novilleriles, toreaba muy bien; una vez que se han puesto a enseñarlo a torear, no sabe hacer otra cosa que tundir los garlopos a mantazos. 
Juan Del Álamo, con unos meses más de alternativa, usó los mismos trucos pero de manera más templada, sin tanto atosigamiento al toro y con algo más de acople, fruto de que sabe bien para lo que se está preparando, que no es otra cosa que el gato por liebre del toreo moderno, perfilero y fingido que tantas panzas llena ahora.
El domingo fue el de la resurrección de un maestro crucificado en los últimos años por la vida. Domingo que también nos deja la triste convicción de que con estos jóvenes para el toreo no habrá insurrección, rebelión ni alzamiento que valga.
A la gallista pulga trianera,  que anda desaparecida en combate.