¡Viva la Juana! Constitucionalismo para ideólogos reaccionarios

Publicado el 11 diciembre 2012 por Monetarius

Como en una suerte de ley histórica, es fácil ver cómo los que se oponen a cualquier avance social, se recuestan una generación después en aquello que combatieron. No por arrepentimiento, sino con la intención de  frenar en el presente nuevos avances. Esto es válido para una ley laboral y también para la incorporación de algún sector a la ciudadanía; vale para la extensión del voto y vale igualmente para la definición como público de un bien. Y, por supuesto, es especialmente adecuado para la aprobación de una Constitución. El poder constituido siempre se ve amenazado por el poder constituyente. Al igual que Frankenstein mata al doctor que lo construyó enfadado por ponerle fecha de caducidad (por hacerlo mortal), lo constituido aborrece de lo constituyente porque puede mandarlo siempre al basurero de la historia. Lo que implica que cada vez que surgen fuerzas sociales que avanzan desarrollando la democracia –desplegando el espíritu, que diría Hegel– hay otros que, recurrentemente, se sitúan enfrente frenándola o, al menos, intentándolo. No hay revolución sin contrarrevolución, de la misma manera que no hay avance constitucional sin estatuas que se aferren al viejo pedestal con maneras de granito y mármol.

El signo progresista o reaccionario de los tiempos tendrá que ver con la correlación de fuerzas. El “no se puede”, “vas a empeorarlo” y “vas a frenar otros avances”, argumento tradicional de “la retórica de la reacción” (analizada en el trabajo ya clásico de Albert Hirschmann), nos lo encontramos ahora repetido, con la vulgaridad propia de la época, en un “no se puede”, “no hay consenso social” o “a nadie le interesa”. Si alguien añora sabores locales, añadamos que estará aderezado puntualmente con la salsa nacional del “perjudica la salida de la crisis” o “esos que buscan cambiar la Constitución en verdad son antiespañoles”. Le corresponderá a la correlación de fuerzas decantar qué apoyos recibe la “revolución” (entendiéndola como una gradación, desde el cambio mínimo a la transformación profunda de las estructuras) o la contrarrevolución. En el siglo XIX, la reacción tenía cañones. Hoy tiene medios de comunicación. Fue Luis Napoleón Bonaparte quien enseñó al conservadurismo europeo que no hacía falta oponerse al sufragio universal toda vez que era posible convencer a los pobres de que votaran a los que se quedaban con la riqueza que ellos producían.

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