Todo en beneficio de los empresarios y nada a favor de los trabajadores y los pobres: ese es el espíritu que guía al gobierno de Javier Milei, que ha cumplido recién su primer mes y diez días y pretende revolucionar Argentina como pocas veces antes.
Los efectos para los trabajadores de las leyes que el “libertario” impulsa serán brutales: se ampliará el período de prueba a 8 meses (de los 3 actuales) con todas las limitaciones que ello conlleva al contrato de trabajo; se posibilitará la desregulación totalmente de la jornada laboral, con el único límite de 12 horas de descanso entre jornada y jornada; se facilitarán las tercerizaciones, desligando al principal empleador de sus responsabilidades; se eliminarán las horas extra…
También se restringirán el derecho de huelga y la posibilidad de hacer asambleas de trabajadores en las plantas y los jubilados.
De concretarse esas atrocidades —hay muchas más— Argentina retrocederá al siglo XIX: literalmente, puesto que el propio Milei ha dicho que esa es su intención.
El sindicalismo argentino —el más fuerte de América Latina— tiene claro que si permite esos golpes estará firmando su propia sentencia de muerte a manos de un “loco pero no tonto”, al decir del ex presidente uruguayo José Pepe Mujica.
El gobierno caníbal de Milei se está desgastando a pasos acelerados. Sondeos recientes indican que ya está cosechando más opiniones negativas que positivas. Ejemplos: alrededor de seis de cada diez argentinos considera que la “ley ómnibus” del gobierno favorece únicamente a las empresas, y no a la gente común, mientras más del 54 por ciento piensan que Argentina va “en la dirección incorrecta”.
Pero falta mucho aún para avizorar posibilidades de ponerle coto a un gobierno que nació envalentonado y pretende llevarse al país por delante.