Señoras y señores desde ayer me encuentro alejado de mis dos residencias habituales, ya saben Rivas y la Kabila Tarraconense, y es que, ante tanta holganza habitual, es menester flagelarse un poco e infligirse un castigo merecido.
A la sazón hemos decidido, la jefa y yo, encontrar nuevos caminos que nos hagan más difícil todavía nuestra tortuosa vida. Así es que esa es la razón de que nos encontremos en la comarca del Alto Mijares, en Castellón –ya saben, dominios de Fabra, el imputadísimo—, donde dicen, y estoy empezando a experimentarlo, se sufre un montón.
A pesar de estar en la Comunidad Valenciana, nadie todavía me ha ofrecido ni trajes ni dividir las facturas, ni servicios pagados y no realizados, así es que he de considerar que la proximidad de Teruel debe hacer de esta comarca algo excepcional.
Y aquí nos encontramos, llegamos ayer, y lo dicho, dispuestos a infringir todas las normas, hacernos acreedores del Averno y desde que me han dicho que el próximo número de Delirio va a dedicarse a los pecados capitales, ¡a practicar!, que no hay mayor morbo que pecar a sabiendas.
Miren ustedes, lo de la soberbia es porque en medio de este paraíso, que ustedes pueden observar más abajo, uno puede llegar a creerse el rey del mambo, aunque sea simplemente un vulgar ciudadano, de oficio: sus vicios y la blogueria.
En cuanto a la avaricia, que quieren que les diga, ahí fallo, aunque haré un esfuerzo por no quedar mal y probaré a llevarme los jaboncillos, las toallas y demás artefactos peligrosos del hotel para poder llegar a fin de mes, que ya saben que me han congelado la pensión.
De la gula sí, aquí sí que me voy a explayar. Ayer ya probé un buen arroz al horno y un trozo de cordero que no estaban mal, pero pienso mejorar y llevarlo hasta las últimas consecuencias.
La envidia, también la estoy practicando. Cuando he salido a dar una vuelta por estos alrededores que parecen de película y he visto a los aborígenes con esa cara colorada, sanos, fuertes, que suben y bajan estas malditas cuestas que tiene este pueblo, les siento envidia e incluso me acuerdo de San Pedro, por eso de que está arriba.
También tengo que hablarles de la ira. Y sí, con ese vicio de leer periódicos y de informarse a ver quién es el guapo que no tiene esos ataque de ira cuando ve al Camps, diciendo que cuarenta y cinco millones de españoles saben que es inocente, o cuando escucho que sin remedio van a entrullar al juez que ha tratado de investigar el franquismo, o más todavía cuando veo la desfachatez de ZP con esa cara de “nohaymásremedio”. Pero en algo hay que gastar la adrenalina.
Uno que es como es, y ha tenido una represión durante tantos años, va a ser difícil que les hable de la lujuria, pero haberla hayla, y si hay que practicarla, pues eso, ahí estamos.
Y por último, me queda la pereza. La santa pereza, la siempre vilipendiada y acosada pereza. Que si el trabajo es salud. Que si hay que trabajar para ganar el pan. Que si trabajar es una contribución a la sociedad. ¡Falso! ¡Mentiras! Cuando trabajamos es porque no tenemos más remedio, pero hay de aquel que no es capaz de valorar la pereza. Si hay algo en este mundo que es una gozada es dejar pasar el tiempo sin hacer nada, con la mente en blanco, tumbado, sentado, de cualquier manera. La pereza junto con la gula y la lujuria son los pecados capitales que más hay que prácticar. Y no se preocupen que no pasa nada. Si no es por esto, será por lo otro, al final nos vamos a condenar igual.
En fin, que todo este rollo es para decirles que me encuentro recluido en un balneario donde lo estoy pasando fatal. Piscina, sauna, yacuzzi, aire sano. Vamos una vida insoportable como pueden imaginar. Así es que si estos días, ven ustedes que escribo tonterías o que bajo la frecuencia, perdónenme que practicar los capitales lleva tiempo, disuelve la sesera y entontece lo suyo.
Mientras tanto pueden echar una ojeada a las primeras fotos que he sacado, para que puedan comprender mi desazón y mi desatino:
El día estaba medio lluvioso y uno es un mal aficionadillo, así que sirva para enseñar un poco el entorno
Salud y República