Al principio -en realidad, el primer día-, me entretuve en reírme de la situación por la histeria de la gente haciendo acopio de papel higiénico y con los “wassas” de memes que rebotaba con amigos y la familia. Pero pronto se hicieron reiterativos, tanto los memes como las noticias de la tele, y al segundo día ya eran insoportables. Tanto como el gesto, se supone de solidaridad, de salir a los balcones a aplaudir al personal sanitario que atiende en los hospitales a los contagiados por la epidemia (quiero pensar que también por tratar a todos los demás enfermos).
Me irrita un comportamiento que, además de imitar como monos una idea espontánea que surgió en otros países, se asume como ejemplo de empatía y solidaridad hacia el colectivo profesional que debe atendernos en los centros sanitarios. Y me molesta porque las muestras de apoyo y comprensión que solemos manifestar son aquellas que nos resultan cómodas y baratas. Si exigieran algún sacrificio o gasto, ya no serían tantos los que se adhirieran a ellas. Salir a aplaudir, para que nos vea todo el vecindario, es lo más fácil: reconforta nuestra propia autoestima más que otra cosa. Lo malo de todo ello es que, si al segundo día de estar enclaustrado en mi casa ya estoy a disgusto con la hipocresía pública que esta situación saca a relucir, mal voy a soportar tanto cautiverio. Vamos: que mal empezamos.