En el deporte, hay quien dice que lo importante es participar. Gran mentira. Lo importante es ganar. De hecho para eso participan, para ganar. Ni no fuese así, sería todo un fraude, competirían sin ganas, sin entrenar, sin sufrimiento… total, con tomar la salida ya habrían cumplido el objetivo. No tendría sentido alguno y probablemente desaparecerían, tarde o temprano todos los deportes o, como mínimo, las competiciones, que en realidad son la esencia y lo que nos gusta verdaderamente a los aficionados.
Lo mismo se puede aplicar a la Vida. Lo importante no es vivir, sino vivir bien, con plenitud, aprovechando las oportunidades y recorriendo los caminos. Vivir siendo consciente de que la vida es finita y no suele haber segundas oportunidades. Vivir con alegría y con pasión, con rabia y con pulcritud. Vivir aprovechando los sentimientos y gozando con las sensaciones. Vivir y emocionarse a cada paso, siendo digno de la vida, sabiendo que hay otros que no pueden vivirla de forma tan plena, así que nos toca vivirla con el doble de intensidad, por nosotros y por ellos. Vivir a pesar de la injusticia y el dolor, a pesar del sufrimiento y la incertidumbre. Vivir por encima de todo, con una sonrisa por bandera y un “si quiero” en el corazón. Vivir amando la vida, sobre todo los detalles, las cosas simples y las complejas, el fondo y la forma, lo concreto, lo abstracto, lo de aquí y lo de allí. Vivir amando a tu gente, sin ser cursi pero siendo intenso, sin ser empalagoso pero siendo dulce, dejando huella, ilusionándose, pisando fuerte, con firmeza y seguridad, con confianza, sin miedo a la magia, sin pereza ante la poesía y el amor, sin engaños ni falsas lágrimas, con valentía, honestidad, la cabeza fría y el corazón caliente.
No me sirven los que pasan por la vida como quien oye llover, sin pena ni gloria, sin enterarse de qué va el cuento y sin querer saberlo. Tampoco me sirven los cobardes, los mediocres que sólo van a nadar si tienen bien guardada la ropa, los analfabetos del amor, los que se conforman con lo que hay y se creen que ya lo saben todo, los que se dejan manipular con su silencio y su apatía, los superfluos, los equidistantes, los mentirosos y los adivinos, los primero yo y después yo, los bobos y los listillos, los dulzones, los que son tan, pero tan buenos que al final son tan, pero tan tontos, los que sienten culpa, los que no se enteran de que el ser humano a veces es malo y cruel, los que pasan de todo, los intolerantes, los que no saben ponerse en el lugar del otro, los radicales, los fundamentalistas, los antipáticos y los irracionales, los papás que no leen cuentos a sus hijos, los derechones amigos de “haz lo que yo diga pero no lo que yo haga”, los que no saben dialogar y los que no aceptan que por las noches roncan como cerdos.
Desde aquí yo digo que vivir es más complicado de lo que parece porque no sirve vivir de cualquier forma. Yo creo que habría que pensarlo un poco, reflexionar y tomarse el tiempo necesario para estar seguros de que vivimos de forma que los demás se sientan orgullosos de nosotros. Por respeto a la vida. Por respeto a nosotros mismos. Y eso no es nada fácil. En absoluto.