Una vía de escape en la que volver a conectar con todo lo que podía llegar a ser asombroso en la vida pues la vida en sí lo era pero ese interminable e incesante vacío que absorbía mientras ibas a contracorriente a la vez que luchabas por rellenar todo aquel existencialismo que te acontecía.
Sin salida, más que entrada en el constante bucle del presente nunca terminado y la mente en cualquier lugar menos en aquel ahora. Ese instante en el que no lograbas incorporarte pues todo aprendizaje que se instalaba en cada momento era nuevo y la desconexión de todo lo conocido era inminente.
Nunca conformes, el ansia del más y más, deseos infinitos que lo único que lograba era decorar la vida mientras lo más profundo de cada uno dejaba de ser, aquella espiral en la que se buscaba un fin, la inercia de la vida. Ella se había incorporado y de manera casi irreversible, sentías el principio y el fin que ocurría en cada momento, sin parar, el camino era todo aquello que ocurría en todos los tiempos a la vez, uno detrás de otro. Cada minuto jamás volvería mientras no se sabía que significaba, la hora se había convertido en más que en un momento a vivir.
No se apreciaba que cada instante podía ser el último sin embargo se continuaba como si fuera un día más o uno menos y la idea era extrañamente agotadora, observar que todo cambiaba que nada permanecía, que todo desaparecería. Todo parecía importar tanto, aquellas emociones que se ejecutaban sin cesar produciendo un sin fin de sensaciones, de sentimientos que te hacían saber que estabas viva, que algo latía, existía en cada pensamiento que proyectabas mientras escribías o leías, esa persona que observaba aquellas letras que se iban creando desde tu vista, que era única y nadie jamás podría profundizar en cada parte de tu ser, pues pertenecías a una de las miles combinaciones de entornos posibles.
¿Qué era lo que oías en ese momento? Atentamente, escucha. ¿Qué era lo que veías? Atentamente, mira. ¿Qué era aquello qué percibías con todos tus sentidos? y además ¿qué era lo que sentías? ¿Qué había dentro de ti? lo más profundo, aquel interior que cubierto jamás quisiste ver de verdad, aquello que se repetía en tu interior, aquello que siempre habías querido hacer y nunca hiciste. Aquello que harías en cada momento si supieras que todo va a desaparecer en cualquier momento, aquel fin que no se quería ver ni sentir de cerca pues sabríamos que nada vale nada y que todo vale más de lo que parece porque no se puede parar de sentir y el fin de algo era lo que más huella dejaba, por eso dolía, por eso se hacia sentir porque siempre quedará la sensación de que nunca se aprovecho lo suficiente, porque la inercia del acostumbrarse a todo lo bueno y repudiar tanto lo malo hace que no se acepte que no somos más que polvo y energía que se disipara, el creerse tan importante hace que dejemos de ver todo lo bueno que nos sucede cada día, despertarse, comer, estar con la familia y los amigos, salir, observar todo lo que te rodea, aprender, dormir, soñar, renacer.
Y entre miles de maneras de apaciguar aquel sufrimiento que provocaba que la existencia terminara para todos, que incluso esa existencia dejaba de ser cuando soñábamos, que incluso cuando se le dice a alguien adiós, duele. El amor aquel del que se habla que termina pero lo cierto es que el amor nunca muere, este o no este la persona en ese momento, el amor es para siempre, en los recuerdos permanecerá todo aquello que compartisteis y quien sabe si se repetirá pero mientras el recuerdo viva nada habrá muerto. El recuerdo es lo único que nos mantiene vivos, sin él no seríamos nadie. Entonces todo terminará cuando los recuerdos sean fulminados, hasta entonces todo será posible, pues mientras se viva todo es posible.