Hace cinco años Christian y yo recibimos una herencia y una obligación. Un oficio que llegó por casualidad y alguna secreta insistencia. Un oficio al que le entregamos eso que también exige el amor: sinceridad y fe. Libélula Libros cumplió quince años el pasado julio y este es el boletín que quiere celebrarlos. Con las reseñas de nuestros colaboradores y con una edición especial en las últimas páginas: las memorias de uno de sus libreros fundadores. Pablo Felipe Arango es un tipo discreto, se las da de pfa y se oculta. De él aprendimos que tener una librería es esforzarse por establecer una costumbre: una que no entendemos pero que nos hace volver a un lugar que termina pareciéndose –sólo que es mejor– al hogar. Por él entendimos que una librería es la obra que todos los días anima a sus visitantes a encontrar algo que allá afuera no hay, o que no somos capaces de ver. Cualquier librería debe intentar eso: renovar el mundo.
El del librero es un destino curioso y hasta puede parecer desafortunado. Lo digo porque es un coleccionista sin serlo, porque cada libro que trae y escoge no puede aspirar a la permanencia; si la biblioteca personal de un lector supone la reunión de su memoria y su conservación, y cada libro guarda el murmullo de los recuerdos, para un librero esa ambición muchas veces debe corresponderse con la pérdida y la entrega de eso que se ha esforzado en exhibir, sólo a través de éstas su supervivencia está asegurada. El cliente es de piedra y busca sellar su posesión, mientras que el librero se empeña en la fuga, en la disolución diaria de su oferta. Pero esa es la gracia, y así como Roberto Calasso define a la edición, lo mismo puede decirse de la librería: es un género de negocios que es a la vez un arte. Se compone una librería para expandirla en el alma de sus clientes, y su destino es el destino de ese objeto que ha sido entregado bajo el disfraz de la compra. El librero mira o debería mirar a través de los libros y adivinar su próximo destinatario. A diferencia del coleccionista, que mira hacia el pasado, el librero se entretiene con el futuro. Y eso, como augurio para Libélula, por hoy basta y tranquiliza.
Tomás David Rubio Libélula Libros
Nota: Vale mucho la pena ese libro de Walter Benjamin que publicó la editorial Olañeta en su colección Centellas: Desembalo mi biblioteca. Muchas de las ideas de esta presentación salen de ahí. Y de un libro de Calasso que se llama La marca del editor (Anagrama), que por desgracia tiene una muy mala distribución en Colombia. Y de un libro de Héctor Yánover: Memorias de un librero (Trama Editorial). Y de las últimas 8 páginas de este boletín.
Boletín 73 Libélula Libros:https://issuu.com/tomasd88 https://drive.google.com/file/d/0B6ON6avkK_PkQ0tmRGZqQ2c2alk/view