Aunque viendo algunos ejemplares con derecho a voto pudiera parecer lo contrario, lo cierto es que el ser humano es muy capaz de aprender en cabeza ajena. El acervo cultural, en el más amplio sentido de la palabra, incorpora tradiciones, formas de hacer, teorías o conclusiones que nos permiten avanzar y crecer, sobrevivir, en definitiva, de una manera más eficiente. Aunando las andanzas de nuestros antepasados, sin necesidad de pasar sus penurias, con las nuestras propias, sorteamos con mayor facilidad los escollos que salen a nuestro paso diariamente.
Siendo como somos seres sociales y colaborativos cuyas relaciones están basadas, en gran medida en la reciprocidad, pronto el intercambio de bienes y servicios comenzó a surgir, en contraposición al uso de la violencia, para conseguir aquello que precisábamos. Sería una práctica común originariamente en grupos familiares que fue extendiéndose hasta llegar a nuestros días, donde las sociedades más avanzadas ya solo aceptan la violencia para conseguir, curiosamente, fines políticos. Algo hemos avanzado de entonces ahora. En algún momento de la Historia surgieron métodos de pago distintos al intercambio puro. El trueque no es en absoluto eficiente en sociedades crecientes y cada vez más complejas. Así, la utilización de metales, piedras o papel, en el pasado más reciente, como método de pago, era una consecuencia lógica, razonable y espontánea, como ya desarrolló Menger en el siglo XIX. El dinero permite intercambiar mercancías, mantener, guardar o transportar valor, en el espacio y en el tiempo, permitiendo desacoplar la generación de los recursos del empleo de los mismos y dotando a los intercambios humanos de un mayor nivel de eficiencia.
Es probable que en un futuro no muy lejano puedan efectivamente reemplazarlo, pero mientras que la tecnología no sea algo completamente común, el dinero contante y sonante será moral y prácticamente necesario. Cuando el yugo gubernamental aprieta, la economía informal, el dinero negro y los mercados paralelos crecen.
La siempre deseable eficiencia ha servido como coartada – no necesariamente mala – para la búsqueda y concreción de otras formas de pago o reserva de valor. Hoy el dinero de plástico o el pago mediante dispositivos electrónicos es una realidad común y cómoda que nos facilita los intercambios. El crecimiento poblacional, la globalización y las nuevas tecnologías aumentan y complican el número de relaciones y la creatividad nos ha puesto sobre el tapete este tipo de soluciones. De hecho, el abandono del dinero físico es una realidad. En muchos lugares del planeta menos del 10% del montante que se mueve lo hace en billetes y monedas. Hoy el dinero se compone principalmente de esa serie de ceros y unos que conforman el paquete informático que permite a nuestro banco mostrarnos esa cifra que aparece en la app de nuestro móvil. Hubo un tiempo en que ese número en la pantalla tenía un soporte físico. Hoy no.
Uno de esos lugares donde tanto se ha avanzado en la búsqueda del dinero más eficiente ha sido Suecia. El país escandinavo ha eliminado prácticamente el cash y el pago en metálico es la excepción. No solo existen muchos establecimientos donde no se puede usar efectivo, sino que incluso cuatro mil ciudadanos se han implantado chips de pago bajo la piel o la mitad de las sucursales bancarias no admiten billetes o monedas. Calculaban que en un par de años la corona sueca sería simplemente una sucesión de bits. Cómodo, fácil. Eficiente.
Sin embargo, se han encontrado con algunos problemas que les está llevando a replantearse la situación. Si algo está meridianamente claro es que cualquier acción en cualquier sentido que se tome, jamás será del todo inocua, y que sus consecuencias pueden ser las ansiadas o tener daños colaterales tan imprevistos como indeseables. Aun hoy, Suecia, como cualquier país, tiene personas en situación de riesgo económico. Por muy rica que sea una sociedad siempre podremos encontrar personas en un estado momentáneo de pobreza. Cuanto se alargue ese momento dependerá de muchos factores, pero los suecos parecen haberse percatado de que la eliminación del papel moneda no es uno de los que reman en sentido positivo. En efecto, un sistema bancario lleno de comisiones y que pese a todo no funciona con la inmediatez en muchos casos que cabría esperar, puede ser un lastre para aquellos con menores recursos. Piensen lo que supondría en sociedades tercermundistas llenas de pobreza y corrupción lo que supondría que tanta gente tuviera que depender de terceros para hacer uso de su dinero. Los nórdicos ya están reculando. Está por ver si tomaremos ejemplo de su error o seguiremos nuestro patriótico camino hacia el abismo.
En ocasiones, en demasiadas, Libertad y eficiencia no van de la mano. Como se ha puesto de manifiesto, el dinero acaba por cumplir una función moral. Su uso adecuado nos permite vivir y prosperar, es una parte esencial de ello. Si queremos ahondar en la minimización de recursos en nuestros intercambios pecuniarios habremos de ser muy conscientes de las derivadas que resultan, que en el caso que nos ocupa pueden ser escalofriantes.
Se ha dejado caer ya que el uso sin competencia de la tarjeta de crédito supone que todo aquello que hemos generado, a la espera de que hagamos uso de ello, está en manos de un tercero, que puede ser fiable o no, que puede decidir unilateralmente cobrarnos más por su custodia, por ejemplo. Ese tercero, además, forma parte de uno de los sistemas más intervenidos por la mano estatal, por sus burócratas y sus políticos. Parafraseando a Juan Ramón Rallo, si se pone en marcha un sistema bancario totalmente libre como el que él u otros proponemos, mañana se cae la economía mundial. El régimen financiero del siglo XXI es parte activa e indispensable en el entramado político, es un pedazo enorme de la oligarquía que soportamos y se mantiene vivo por culpa de la respiración asistida del BOE. No solo abusan de su posición de poder, ganada a base de favores y préstamos a bajo interés, si no que cada día permiten que se monitoricen nuestros movimientos en las cuentas.
No vale la excusa del que no tiene nada que ocultar. Si alguien quiere tener su saldo a la vista es cosa suya, pero a mí y a casi cualquiera nos presuponen inocentes y ni Hacienda y ni el banco han demostrado aún nuestra culpa, ni siquiera tienen indicios que presentar ante un juez y poder así acceder a unos datos que tienen las más altas protecciones, según las propias leyes del Estado español. Esta forma de actuar ha de ser la excepción, nunca la norma. El control de nuestras cuentas y nuestras transacciones nos acerca un poco más a la distopía totalitaria. Sin duda puede reclamarse una comisión o un embargo y, con un poco de suerte y un juez benevolente, hasta puede que se gane el pleito, pero de momento te han minorado los bienes discrecionalmente, tanto por el bocado en tu capital como por lo que habrás de adelantar al abogado y al procurador, que tienen todo el derecho a cobrar por sus servicios. Todo esto, por supuesto, sin contar que se pueda declarar un corralito o medidas de estilo exprópiese, que te impidan directamente acceder a lo que es tuyo. No será el primer robo institucionalizado y legal de la Historia.
El incipiente mercado de las criptomonedas ha llegado para sustituir el dinero fiduciario, aportando la eficiencia de las tarjetas de crédito sin los problemas morales y técnicos que genera el sistema financiero actual. Es probable que en un futuro no muy lejano puedan efectivamente reemplazarlo, pero mientras que la tecnología no sea algo común en todos los rincones del planeta, el dinero contante y sonante será moral y prácticamente necesario. Cuando el yugo gubernamental aprieta, la economía informal, el dinero negro y los mercados paralelos crecen. No todos ellos son perversos. Hay que comer antes que pagar impuestos. Que estos mercados y el dinero en efectivo o las criptomonedas sirvan para el desarrollo de actividades delictivas no es excusa para la eliminación de sus formas de pago. El mundo es imperfecto y en él debemos convivir. La seguridad absoluta es imposible. Si además tenemos en cuenta el hecho de que la mayoría de las transacciones delictivas en los mercados negros son consecuencia de delitos sin víctimas y exceso de celo regulatorio concluiremos que ese no es pues el problema. El Gran Hermano vigila y cuando no llega, ahí están sus secuaces.
Sin propiedad privada no puede existir la Libertad. Cabe la posibilidad razonada y meditada de delegar su custodia en terceros, pero viendo como se comportan tan a menudo, yo al menos siempre llevo para un café en el bolsillo.
Foto: Christian Dubovan.
Publicado en disidentia.com