Es por ello que debería escribirse una historia de las ideas de los pensadores que, a través de la filosofía, la literatura o el arte, ayudaron a construir un mundo al margen de Dios y de las religiones, y que denunciaron, incluso, las imposiciones dogmáticas y las supercherías ocultistas que pretendieron sustituirlo. Un libro que parta de la “muerte de Dios” proclamada por Nietzsche hasta desembocar en nuestros días, cuando proliferan las sectas y los fanatismos religiosos que asesinan en nombre del Altísimo. Afortunadamente, ese libro ya existe. Se trata de la interesante obra de Peter Watson, La edad de la nada, el mundo después de la muerte de Dios (Editorial Crítica, 2014), en la que el autor hace un recorrido por ciento treinta años de historia de las ideas que combatieron la credulidad religiosa del hombre. Un libro que debería ser de lectura obligatoria en la educación, al menos mientras exista la asignatura de religión, para compensar con formación el adoctrinamiento católico en las escuelas de un país, este que nos ha tocado vivir, que se define constitucionalmente aconfesional.
Es por ello que debería escribirse una historia de las ideas de los pensadores que, a través de la filosofía, la literatura o el arte, ayudaron a construir un mundo al margen de Dios y de las religiones, y que denunciaron, incluso, las imposiciones dogmáticas y las supercherías ocultistas que pretendieron sustituirlo. Un libro que parta de la “muerte de Dios” proclamada por Nietzsche hasta desembocar en nuestros días, cuando proliferan las sectas y los fanatismos religiosos que asesinan en nombre del Altísimo. Afortunadamente, ese libro ya existe. Se trata de la interesante obra de Peter Watson, La edad de la nada, el mundo después de la muerte de Dios (Editorial Crítica, 2014), en la que el autor hace un recorrido por ciento treinta años de historia de las ideas que combatieron la credulidad religiosa del hombre. Un libro que debería ser de lectura obligatoria en la educación, al menos mientras exista la asignatura de religión, para compensar con formación el adoctrinamiento católico en las escuelas de un país, este que nos ha tocado vivir, que se define constitucionalmente aconfesional.