En 1456 empaló a seiscientos sajones; a partir de esta fecha se lo conocería como “El empalador”. También se cuenta que estando un embajador Turco frente a Vlad, argumentando que ningún diplomático de su país se quitaba el turbante en señal de respeto a nadie, él ordenó a sus soldados que clavaran los sombreros en las cabezas de los turcos. En otra ocasión invitó a todos los pobres y enfermos de su feudo a un banquete, únicamente para prenderle fuego al comedor con ellos en el interior. Arguyó después que esa era una forma de acabar con la pobreza.
Ante hechos tan sangrientos, podríamos pensar que Vlad fue un ser odiado y temido por su pueblo, un monstruo. Sin embargo, no todas sus acciones fueron malas, y de hecho en su patria se le tiene como un gran gobernante y conquistador, un auténtico héroe. Vlad se hizo con el trono en 1546 y fue un hábil diplomático, que se centró en la unificación de su pueblo y desmanteló el poder de los boyares (la aristocracia local). Se podría decir que usó la violencia esencialmente como arma política.
Su muerte fue bastante peculiar.
A finales de 1476, durante una batalla contra los turcos, se disfrazó con el uniforme de un soldado turco para poder así inspeccionar las filas enemigas. No obstante, fue descubierto por unos soldados suyos, lo cuales, al ver el uniforme, le creyeron enemigo y le atacaron con flechas. Después de matarle, le cortaron la cabeza, sin darse cuenta en ningún momento de que a quien mataban no era a un enemigo, sino a su capitán.
Cuenta la leyenda que algún tiempo después de su muerte abrieron su ataúd y lo encontraron vacío, y aún corre la leyenda de que Vlad no murió en realidad y algún día, cuando su nación pase por un momento de gran necesidad, volverá para gobernarla de nuevo y conducirla a la victoria.