Título original: Lolita
Idioma original: Inglés
Año: 1955
Editorial: Penguin / Anagrama
Traducción: Enrique Tejedor
Género: Novela
Valoración: Así sí
Muy pocas novelas ostentan el mérito de traspasar las fronteras de lo estrictamente literario y de penetrar en el lenguaje cotidiano. Es otro más de los méritos que hay que atribuirle a la monumental Lolita de Nabokov, cuyo título, además de ser el nombre de uno de los dos personajes centrales, ha pasado a describir un comportamiento, el de la atracción sexual por jovencitas prepúberes, que en ciertos países, sobre todo en Japón, ha alcanzado tal magnitud que los gobiernos se han visto obligados a promulgar estrictas leyes en lo que se refiere al uso de personajes animados aniñados para evitar el fomento de la pedofilia. Ese es parte del legado de la historia que habla de la obsesión de un cuarentón por una nínfula de 12 años y su posterior arrebato de locura cuando le es arrancada de su lado.
Baste este dato para hacerse una idea del malditismo que ha acompañado a la novela desde su publicación en París el 15 de septiembre de 1955, por la editorial Olympia Press, después de haber sido rechazada por cuatro editoriales estadounidenses. Señalada como inmoral e indecente desde su aparición, Lolita ha sido perseguida y prohibida en multitud de ocasiones. Es lugar común considerarla pornográfica, incluso sin haberla leído, y eso a pesar de que la novela no sea pródiga en escenas truculentas o de que su propio autor advierta en el epílogo que acompaña a la novela que no hay nada más disparatado que considerar Lolita como una novela pornográfica. Si alguien se acerca a ella esperando encontrar una versión bien escrita de Cincuenta sombras de Grey se va sentir decepcionado. Sí, hay perversidad y sensualidad en Lolita, pero una de las destrezas de Nabokov consiste en sugerirlo más que en mostrarlo por las bravas. No quiero decir con esto que Lolita sublime la sexualidad en idealismo platónico en la línea de Muerte en Venecia de Thomas Mann, pero desde luego en más de una ocasión el desdichado Humbert Humbert afirma que la Lolita que le quema las entrañas no era tanto la de carne y hueso como una creación sui generis, otra Lolita fantástica, acaso más real que la real, eterna nínfula.
Una de las señas de identidad de Kubrick es darle un toque personal a sus películas que, en no pocas ocasiones, se alejan del original e incluso llegan a traicionar su espíritu. En Lolita no fue así. Hay que tener en cuenta que en esta película Kubrick se limitó a dirigir, que no fue ni productor ni guionista, y que el guión estuvo a cargo del propio Nabokov. Al leerlo, Kubrick se mostró tan entusiasmado que no tuvo reparos en decirle al escritor que había sido uno de los mejores guiones que había leído nunca. Y ello pese a que la primera versión del guión daba para una película de unas nueve horas. El único cambio que Kubrick introdujo, con el consentimiento de Nabokov, fue el de cambiar la escena final y colocarla al principio del libro. Este uso del comienzo in media res, lleno de acción, contribuía a mantener la intriga y le permitía eludir las referencias a la infancia de Humbert Humbert y su amorío infantil con Annabel, un detalle no insignificante porque explica la obsesión del maduro profesor por las nínfulas.
La gran diferencia entre la novela y la película es, pues, la atenuación de la relación sexual entre Humbert y Lolita, que nunca se muestra en la pantalla y que en todo momento se plantea de forma implícita. También para satisfacer a la censura la edad original de Lolita se vio elevada. Al comienzo de la novela de Nabokov Lolita tiene doce años, pero Kubrick se vio obligado a usar a una actriz, Sue Lyon, más desarrollada físicamente. Cuando el director eligió a la actriz esta tenía trece años, al empezar el rodaje tenía catorce y al finalizarlo quince.
A pesar de todos los cuidados que puso Kubrick en el tratamiento atenuado del tema sexual y de que la película logró pasar por el filtro de la censura sin cortes, Lolita fue calificada como una película X cuando se lanzó en 1962, lo que implicaba que ningún menor de 16 años podía verla. A la obra de Kubrick le tocaría correr una suerte paralela a Nabokov. Nacer rodeado de polémica, una recepción irregular por parte de la crítica y una difusión propiciada en gran medida por el boca a boca. Y también les correspondería compartir la misma suerte final: formar parte, de forma indiscutible, de la lista de clásicos del siglo XX en sus respectivos ámbitos, el literario y el cinematográfico.
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