Vocación

Por Andrés Sánchez - Blog Stockholders @stockholders_es

La naturaleza humana es auto-protectora. Así como el instinto de supervivencia previene conflictos, la aceptación de un lapso suele ser la última alternativa. Es decir, la percepción individual tiende a relegar la culpabilidad a lo ajeno, lo abstracto, el paraguas del conjunto.
Por ende, la auto-crítica brilla por su ausencia o al menos se torna selectiva; bendita comodidad de la ignorancia que nos absuelve, oda al conformismo que revela tan sólo una parte de la verdad, nuestra verdad. Luego, ¿qué dirige el rumbo de nuestra conciencia?, ¿quién maneja con esmero los hilos que trazan nuestra efímera existencia?
Desde que un ser humano toma conciencia de sí mismo, ejerce un mecanismo de absorción inconsciente de la coyuntura que lo contextualiza. Partiendo de la educación impulsada desde el seno familiar, los padres, se erigen como paradigma en la configuración del sistema de valores del individuo; determinando, pero no imponiendo una estructura de pensamiento.
A la postre, la interacción con el resto del mundo, brinda una tormenta de circunstancias ante la cual ha de lidiar y, esgrimiendo su posición protagonista en dicho experimento vital, juzgar en base a los principios y creencias asimilados; discerniendo entre demonios y deidades, las luces y las sombras, el bien y el mal.
Este devenir propicia un enriquecimiento progresivo que modifica la conducta, las ideas, manteniendo intactas las creencias primigenias, arraigadas en el fondo de su ser.
Una vez escogido el lienzo y la gama de posibilidades, se describen los primeros trazos, hasta vislumbrar la complejidad de la obra, según la pericia del pintor. Entiéndase la educación en sentido amplio, la integración de las realidades y la expansión de los horizontes hasta la aprehensión del todo.
Esta última pincelada se sustenta en el libre arbitrio de la persona, a su capacidad de elección emergente, a sus pretensiones y expectativas. Por consiguiente, una vez cubiertas las necesidades básicas, el individuo se embarca en la búsqueda de la realización personal.
En múltiples ocasiones, se vuelve más halagüeño el trayecto a sortear que la meta en sí, ya que la ilusión infundida por una empresa loable, unida a la minuciosidad prestada a cada acto y la esperanza enmarcada en el largo plazo, se corresponden con una felicidad plausible, mas que con una utopía del inconformismo.
Dada la multiplicidad de afluentes y bifurcaciones que convergen en el mismo cometido, escenificaremos la educación universitaria como el medio y el puesto de trabajo como el fin; destapando los entresijos que configuran el sistema de enseñanza actual, introduciendo las claves de perfeccionamiento puntuales, como adecuación a la volatilidad de las aptitudes premiadas.
Sirviéndonos de un estilo retrospectivo, definiremos, desde un ángulo subjetivo, el trabajo ideal como el medio que canaliza las expectativas de desarrollo y enriquecimiento personal, garantizando un remanente mínimo para cubrir una serie de gastos inherentes a un nivel de vida deseado.
Partiendo de este idílico postulado, desaparece del subconsciente colectivo la asociación de la actividad profesional con una obligación tediosa, ineludible y expresa para la subsistencia. Ahora bien, ahondando más en la esencia, podríamos integrar el cometido individual en un marco superior, como tributo particular al bien común, como un eslabón de una cadena humana y solidaria, como la adecuación en suma de las aspiraciones individuales en aras de una sinergia competente.
Hay quien deambula sin un norte prefijado a expensas de la dirección del viento y quien planifica su trayecto asiéndose a su estrella polar pese a los vaivenes del destino. Se llama vocación. Varios son los elementos que pueden aflorarla, ya sea la ambición propia y prematura, la asimilación de un ejemplo a imitar, el influjo de un educador que desate una pasión determinada, u otros recovecos del inconsciente difícilmente inteligibles.
Dependiendo directamente del grado de arraigo de dicha propensión, el abanico de alternativas se cierra, cae de sus manos y señala una dirección concreta. Sólo en ese punto, el alumno dedicará todo su potencial a la absorción de todo cuanto abarque su campo de comprensión, para iniciar su expedición formativa superior. Esta inquietud debe ser acorde al nivel y la cantidad de conocimientos provistos desde el profesorado, inmiscuidos en un plan de estudios homologado y competitivo a nivel supranacional.
Si la significación en el puesto de trabajo determina la felicidad otorgada por el mismo, es la Universidad quien ha de romper una lanza por el rescate de valores ignotos, como la creatividad personal, la innovación continua, el perfil de riesgo del emprendedor, la toma de responsabilidad, la exposición de contenidos de creación propia y un espacio para la reflexión.