Siempre hay voces que me acompañan, voces que me hablan en silencio, sin articular palabra pero que oigo perfectamente en mi cabeza. Esas voces hablan directamente a mis pensamientos y entablan diálogos con ellos y llegan a influir en las decisiones que tomo. Me ayudan a formar una opinión porque participan de los debates y las reflexiones en los que constantemente ando pensando. Sin embargo, las voces son más nítidas cuando expresan sentimientos y me despiertan emociones, voces que generan estados de ánimo que pueden acabar dibujando una sonrisa o una lágrima en mi rostro. Me susurran lo que puedo escribir si quiero escribir lo que ya está escrito en alguna parte, y me hacen sentir lo que ya he sentido en otras ocasiones y se ha perdido en la memoria. Antes de hablar, me hablan esas voces desde lo más profundo de mi interior para hacerse oír con las palabras que pronuncio. Me invitan a vivir sin miedo, a no quedarnos sentados y en silencio, porque el arma más poderosa que tenemos es la voz, son las palabras, es hablar y comunicar para relacionarnos y convivir. Voces que me recuerdan a cada instante “tú eres voz”, como esta vieja canción de John Farnhan.