Voces para no olvidar a Palestina

Publicado el 30 noviembre 2023 por Benjamín Recacha García @brecacha

«Los palestinos amamos la vida, pero la vida no ama a los palestinos. Parece que seamos zombis». Son palabras de la periodista Asmaa al-Ghoul, exiliada en Francia desde 2016, una de las participantes en la mesa redonda ‘Voces de Palestina’, que tuvo lugar el lunes 27 en el Centre de Cultura Cotemporània de Barcelona (CCCB), coorganizada junto al PEN Català, l’Institut Català Internacional per la Pau y el Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed). Tras la guerra de 2014, en que los bombardeos israelíes mataron a 1263 personas (según la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU), Asmaa al-Ghoul tuvo que esperar un año y medio para conseguir el permiso que le permitió salir de Gaza. «Me fui a Francia para vivir en paz, escribí un libro sobre la libertad y ahora me doy cuenta de que la libertad no es posible para los palestinos»

El libro es A Rebel in Gaza, donde narra sus experiencias cubriendo como periodista los bombardeos sobre la Franja desde 2008, sus enfrentamientos con Hamas por las políticas fundamentalistas que aplica especialmente contra las mujeres y en el que denuncia tradiciones familiares tan terribles como los crímenes de honor contra las mujeres jóvenes. «Gaza nunca ha vivido en paz; como mucho, nos hemos movido en una situación gris. Llevamos 16 años completamente aislados por el bloqueo de Israel, que no respeta ningún acuerdo», explicó.  

Cada una de sus intervenciones apretaba más el nudo en la garganta del público reunido en el Auditorio del CCCB. La desesperanza y la desesperación vestían cada palabra. «Biden y el resto del mundo occidental no nos ven como personas. El terrorismo de Israel no se condena. Netanyahu se refiere a nosotros como animales sin derechos. Nos cortan los suministros básicos y las comunicaciones. ¿Acaso no tengo derecho a saber si mi familia sigue viva?». 

Durante las siete semanas de bombardeos indiscriminados, de ataques a hospitales, escuelas y refugios humanitarios, Israel ha matado a más de 20 000 personas, entre ellas más de 8 000 niños, según el Euro-Mediterranean Human Rights Monitor. «Esta guerra me devuelve a 2014, vuelvo a escuchar el ruido de las bombas y las voces de mis familiares que murieron, y ahora han matado a mi prima y a parte de su familia mientras preparaba la comida». La bomba destruyó el edificio. Tres de los hijos de la prima de Asmaa se salvaron porque habían salido a buscar agua. 

Historias similares las puede explicar casi cualquier habitante de Gaza. Solo un rato antes de comenzar el debate, conocimos que la tregua se había extendido dos días más, pero los rostros de los invitados no reflejaban alegría. Aunque agradeció las palabras del presidente español Pedro Sánchez durante su visita a Israel, Asmaa al-Ghoul ya no tiene esperanza en la paz para Palestina. «Israel volverá a bombardear Gaza, y lo que es increíble es que nadie lo impedirá», concluyó. 

Bombardeos contra la cultura 

Los bombardeos de Israel aniquilan vidas y recuerdos —«después de cada guerra todo el paisaje cambia. Es nuestra tierra, pero nos queda la sensación de que nada nos pertenece», lamentaba Asmaa al-Ghoul—, y también cualquier rastro de la riqueza cultural: bibliotecas, universidades, museos… En su ideal etnicista, el empeño destructivo de Israel persigue borrar la identidad de una cultura antiquísima, muy fértil en todo tipo de expresiones artísticas. «La censura que sufre la cultura palestina forma parte de la operación para asesinar nuestra identidad y nuestra historia», denunció el poeta, traductor y periodista Mohamad Bitari, nacido en el campo de refugiados palestinos de Yarmouk, en Siria. Su familia huyó de Nazaret en 1948, cuando la fundación del Estado de Israel en Palestina desembocó en la Nakba, el éxodo forzado de 700 000 personas. Ahora Mohamad vive en Barcelona, donde fundó Èter Edicions, especializada en traducciones de obras literarias del árabe al catalán y viceversa. Forma parte del Comité de Escritores Perseguidos de la Fundación Pen Club de Catalunya, es traductor de literatura catalana y española y profesor de árabe en la Universitat Autònoma de Barcelona. 

Como periodista, cubrió la interminable guerra de Siria, y ahora todas aquellas imágenes terribles regresan. «No me gustan esos recuerdos, no tengo fotos de la guerra. Del grupo de periodistas del que formaba parte, solo quedamos dos vivos, y ahora en Gaza aquello se vuelve a repetir». Desde el 7 de octubre, Israel ha matado a 70 periodistas en Gaza y el sur del Líbano, todos locales, pues los medios occidentales no tienen permiso ni se atreven a entrar en la zona. 

Informar en Gaza se ha convertido en una de las profesiones más peligrosas del mundo y si en los países occidentales la gente quiere saber qué está ocurriendo de verdad, sin el filtro de la manipulación sionista, es posible gracias a esas mujeres y hombres que se juegan la vida por mostrarnos los crímenes que Israel comete impunemente. Quizá su sacrificio, la acumulación de pruebas gráficas de la masacre, acabe inclinando la balanza del lado de la humanidad, no, desde luego, por el convencimiento de los países cómplices del genocidio, sino porque llegará un momento en que, por intereses económicos y geopolíticos, les convendrá marcar distancias respecto al régimen asesino. 

«Las imágenes de los bombardeos, del millón y medio de personas obligadas a huir de sus casas, nos afectan permanentemente, no nos dejan comer ni dormir tranquilos. Y volvemos a preguntarnos qué ha pasado en estos 75 años». Mohamad Bitari advirtió sobre la manipulación del lenguaje y la apropiación de conceptos que el régimen israelí y sus defensores utilizan, especialmente a través del poderoso altavoz que suponen los grandes medios de comunicación occidentales, para atacar y tratar de deslegitimar a quienes empatizan con la causa palestina. «Los pueblos semitas son todos los que, según la tradición bíblica descienden de Sem, hijo de Noé; es decir, todos los pueblos de lengua semítica, que geográficamente se ubicaban en la Península Arábiga. Por lo tanto, los judíos son semitas, y yo, como árabe, también lo soy. Sin embargo, se acusa de antisemitas a quienes están en contra de los crímenes de Israel». 

Bitari subrayó que «no tenemos ningún problema con los judíos, sino con un Estado colonial que dispone de una maquinaria de guerra terrible. Lo que los nazis hicieron a los judíos es una vergüenza que perseguirá por siempre a la humanidad, y también lo es lo que Israel hace en Palestina». Entre las cosas que hace, se encuentra el asesinato de periodistas y de artistas, como la poeta de 32 años Heba Abu Nada, de quien Mohamad Bitari leyó algunos de los textos de su diario personal que compartió antes de morir el 20 de octubre bajo las bombas. En su último tuit escribió: 

«La noche en la ciudad es oscura, excepto por el brillo de los misiles; 
silenciosa, excepto por el sonido del bombardeo; 
aterradora, excepto por la promesa tranquilizadora de la oración; 
negra, excepto por la luz de los mártires. 
Buenas noches». 

Solidaridad contra el miedo 

‘Voces de Palestina’ lo condujo el periodista y escritor neoyorquino, afincado en Barcelona, Ben Ehrenreich. Autor de numerosos artículos y ensayos publicados en los periódicos más prestigiosos de habla inglesa, reportero durante años en Cisjordania, experiencia que recoge en The Way to the Spring: Life and Death in Palestine, abrió el acto con un discurso que marcaría el tono de lo que vendría después. «No he podido encontrar esperanza, y no creo que un falso optimismo nos ayude. Tengo miedo. Me dan miedo el silencio y la complicidad de los países ricos, porque si lo han hecho esta vez, lo pueden volver a hacer. Tengo miedo por mi hija y por el futuro de la humanidad, porque Israel es experto en hacer daño, en experimentar nuevas formas de destrucción que luego se aplican en otros lugares». 

Pero no podemos sucumbir a lo que parece inevitable. «Lo único que puede vencer al miedo es la solidaridad». De ella surge el valor necesario para seguir adelante, como ocurre en Palestina, y proponer alternativas al idioma de las armas. «Organizar un acto como este, con artistas y periodistas, es una muestra de valor», afirmó. 

El arte es uno de los principales enemigos de quienes pretenden imponer sus razones con la violencia como única razón. La violencia de las armas, pero también de la intolerancia, del autoritarismo, de la negación de la identidad y de la discriminación en todas sus formas. Arte contestatario, que denuncia las injusticias y pretende dar voz a quienes se la han secuestrado, tan necesario para entender realidades que quedan ocultas; arte como el que practica Samira Badran, cuyo cortometraje Memory of the Land nos puso en contexto, mostrándonos que la violencia terrible de las bombas en Gaza es una más de las muchas violencias que sufre la población palestina. 

La artista visual de origen palestino nacida en Libia, en el seno de una familia de artistas, vive en Barcelona desde hace cuarenta años. En su película, muestra la terrible realidad de los checkpoints con los que Israel, en su política expansionista de ocupación y fragmentación del territorio, «humilla y deshumaniza» a los palestinos. En Cisjordania viven unos 700 000 colonos israelíes armados en 300 asentamientos ilegales, según las resoluciones de Naciones Unidas. Aunque eso a Israel le importa poco, pues tiene el récord mundial en pasarse las resoluciones de la ONU por el arco del triunfo. «Es un régimen de apartheid que vulnera a diario los derechos fundamentales de los palestinos», recordó Samira Badran. 

Los checkpoints están por todas partes. «Israel divide el territorio y genera una geografía de obstáculos. Los palestinos están obligados a conseguir permisos para desplazarse, lo que complica muchísimo la vida cotidiana». Además, esos puntos de control militarizados son escenario de continuas violaciones de los derechos humanos, donde se producen detenciones arbitrarias y todo tipo de abusos. «Gaza es un campo de concentración, pero en Cisjordania tampoco hay libertad de movimientos», denunció la artista, quien explicó además que, entre las prácticas habituales de los soldados israelíes está «disparar a las rodillas de los jóvenes palestinos para dejarles secuelas físicas». Esos jóvenes crecen discapacitados, con secuelas que también son psíquicas, pues sus heridas les impiden sentirse adultos funcionales. 

En la actual campaña de destrucción sobre Gaza, los niños son las principales víctimas, no solo entre los muertos, sino también en el número de heridos. El cirujano británico-palestino, Ghassan Abu Sitta, quien acaba de regresar a Reino Unido tras estar trabajando en condiciones desesperadas bajo el fuego israelí, ha denunciado que entre 700 y 900 menores han sufrido la amputación de una o varias extremidades a causa de los bombardeos. 

La ocupación en Cisjordania 

Si se puede extraer alguna cosa positiva de estas siete semanas deplorables es el descubrimiento de un grupo de periodistas palestinos admirables. Y quizá, desde el punto de vista occidental cargado de prejuicios, aunque sean inconscientes, lo más sorprendente es que una parte muy significativa de ese grupo lo integran mujeres jóvenes e independientes, con cientos de miles de seguidores en las redes sociales, como Hind Khoudary, Plestia Alaqad, Bisan Ouda y Mariam Barghouti, quien participó en ‘Voces de Palestina’ mediante una videollamada desde Ramallah, donde vive y trabaja. 

Cisjordania, en teoría, no está siendo atacada por Israel en su supuesta guerra contra Hamas, pues allí no tiene presencia. Sin embargo, desde el 7 de octubre, las detenciones arbitrarias, los asesinatos por parte de colonos y soldados, los ataques a campos de refugiados, la quema de campos de olivos y de cosechas y el desplazamiento forzoso de palestinos han sido una constante. «Las agresiones en Cisjordania crecen en intensidad, con más de 240 asesinatos desde el 7 de octubre y 3300 palestinos secuestrados por Israel», denunció Mariam Barghouti. De los “detenidos”, entre 145 y 200 (según la fuente) son menores. 

Pero es que la represión en el territorio ocupado de Cisjordania ya era brutal antes del 7 de octubre. Actualmente, hay unos 7000 presos palestinos en cárceles israelís, más de 2000 en detención administrativa, lo que en la práctica es lo mismo que un secuestro, puesto que no pesa acusación alguna sobre ellos. Cientos de menores son apresados por “delitos” como lanzar piedras contra tanques, en el peor de los casos. En prisión sufren todo tipo de abusos. Niños encarcelados por “la única democracia de Oriente Medio”. Y esos son los que tienen suerte; no es extraño que reciban un disparo en la cabeza, como Adam al-Ghoul, el niño de nueve años al que un francotirador fulminó el martes en Jenin. De los 450 cisjordanos asesinados en 2023 por Israel, 107 eran niños

«No pueden bombardear Cisjordania porque hay cientos de asentamientos coloniales, así que hacen incursiones militares», explicó la periodista de Ramallah. «No salgo de casa excepto para realizar mi trabajo de periodista. Si te mueves por la calle, te pueden secuestrar o matar, soldados o colonos». De hecho, en el intercambio de prisioneros acordado entre Israel y Hamas, contrasta la manera cómo son liberados unos y otros. Mientras que los israelíes se despiden con evidentes muestras de agradecimiento (cosa inaudita), los palestinos llevan escrito el terror en el rostro. El régimen sionista ha prohibido las muestras de alegría en su recibimiento y ha dispersado varias de las reuniones de familiares y vecinos, e incluso atacado a los periodistas que cubrían las liberaciones. «Los militares disparan a la gente que sale a recibir a los prisioneros», relataba Mariam Barghouti, testigo directa de ello. 

«La sociedad israelí está educada en la mentalidad colonialista. Tortura y niega el derecho a la autodefensa. Es una mentalidad compartida con el mundo occidental. Nos bombardean, nos secuestran, nos obligan a abandonar nuestras casas, y si nos defendemos nos acusan de terroristas. Incluso nos niegan el derecho a alegrarnos por el retorno de los secuestrados», lamentó la periodista, muy crítica con la postura tibia de los países árabes que, en la práctica, «no hacen nada por ayudar a Gaza». 

No hubo tiempo para más. Habría sido interesante abordar el papel de Hamas y de la cada vez más irrelevante Autoridad Nacional Palestina en un hipotético futuro sin bombardeos, preguntar por la mejor solución o la más viable para una paz duradera: ¿dos Estados o un Estado palestino-israelí? No sé cuál se antoja más compleja. Desde luego, no hay que descartar la opción que, en este momento, lamentablemente, parece la más probable: que Israel acabe completando la “limpieza” étnica de Gaza y se anexione el territorio. Para ello, tendrá que continuar con la destrucción sistemática de la Franja y completar la expulsión de sus habitantes. No me resulta nada descabellado creer que, con la excusa de acabar con Hamas, el mundo occidental no solo lo permitirá, sino que continuará apoyándolo.