Imagínate un águila. Libre, volando entre las montañas, esquivando todos los obstáculos.
Ahora imagínate ese mismo águila con un extremo de una cadena amarrada a una pata y el otro a un bloque de hormigón en el suelo.
El águila seguirá pudiendo volar, pero cuando quiera subir más no podrá, y se lastimará la pata.
Pues lo mismo nos pasa cuando encontramos a alguien que nos sorprende y no es quien nosotros quisimos en su momento que fuera.
Nos ilusionamos, o al menos intentamos hacerlo, y cuando lo conseguimos, el bloque de hormigón del pasado nos devuelve a la tierra; no conseguimos disfrutar del vuelo y encima nos hacemos daño con la caída.
Pero lo que muchos no saben (y yo desconocía también hasta hace poco) es que esa cadena sólo existe en nuestra mente. Imaginaria, irreal, nos hace pensar que nos encontramos en un estadio profundo de oscuridad e incapacidad de salir adelante.
Pero cuando nos damos cuenta de la verdadera realidad, de que ese cuento de la cadena no es para nosotros, como el ave fénix renacemos de nuestras cenizas, y conseguimos brillar con luz propia.
Y si tenemos un nuevo satélite alrededor nuestro haciéndonos más bellos aún si cabe, mucho mejor. Y es que el tiempo, que es el mejor juez, nos proporciona en su justo momento un clavo, que sacará inexorablemente ese otro clavo que sujetaba nuestros grilletes.
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