Volar lejos

Publicado el 14 mayo 2019 por Carlosgu82

Un paisaje difuminado de tonalidades verdes y amarillas se divisaba desde mi ventana abierta.
Este año está siendo uno de los más sobresalientes para algunos, pero el más desbastador para otros. Ha
sido el último de más de 5.400 seres, que han caído en una tumba que antes era su hogar, como pétalos de
flores muertas. Para mí, solo ha sido un experimento, una prueba, una misión cuyo objetivo era olvidar lo
vivido, concentrar lo bueno en una punta de alfiler y abandonar lo malo.
Eso me encontraba haciendo en este momento. Estaba en mi cálida habitación, observando el dulce
paisaje de terciopelo verde. El viento anaranjado mecía mi cabello limpio y desenredado, mientras el
aroma a flores se cernía sobre mí como pura ambrosía.
Sin embargo, mi tranquilidad se vio turbada por la llamada de la voz áspera de mi tía.

-¡Zelda! ¡Zelda, despierta!

Tras dejar escapar un largo suspiro de mis labios secos, fui avanzando hacia la puerta de la habitación, a
la vez que notaba cómo mi cuerpo se hacía pesado; mi barriga empezaba a doler, pues se sentía vacía; y el
ambiente cálido y calmado pasó a ser agobiante y abrumador en el momento en el que abrí las dos puertas
de mis ojos color avellana a la realidad hostil y llameante.

Me encontraba de nuevo en mi actual “casa”, que no dejaba de ser una cárcel metálica en el campo de
“simples números” en el que me encontraba. Bueno, eso quizás fue demasiado rudo. No somos invisibles
para todos, yo sé que no; por eso siempre sonrío a los chalecos rojos cuando vienen a vernos.
Recogimos las mantas que éstos nos habían dado en el que ha sido el peor invierno en 20 años, aunque yo
estoy convencida de que me hubiera parecido mucho mejor si lo hubiera pasado en mi hogar con mi
madre.

Mientras camino con mi tía hacía la fuente, no dejo de mirarla a la cara. Se parece tanto a mi mamá…
Aunque ella ya no esté a mi lado, estoy segura de que ahora es la estrella más brillante del cielo. Al
menos quiero creer eso, es el destino que merece alguien que pasó por tanto como ella, alguien a quien la
amordazaron incluso los pensamientos. Me gustaba verme en ella, y es que parecíamos hermanas. Se casó
jo… la casaron joven.
Cuando huimos por los violentos enfrentamientos pro-régimen y militantes rebeldes que aumentaban
alarmantemente, no vino con nosotras. Me arrepentiré de eso toda mi vida. Yo quería volar lejos con ella.
Pero los golpes de las bombas nos alejaron. Teniendo el primero de los muchos roces con la muerte que
nos depara el futuro.

Debo mantenerme fuerte. Así que decido apartar esos pensamientos de mi mente, aunque me permito
cerrar unos segundos los ojos, para poder sentir como su mano me vuelve a acariciar lentamente. Pero, al
tocarme el hombro, su ilusión se desvanece.
Por fin, llegamos a la fuente y puedo dejar los pesados bidones en el suelo. Unos niños estaban jugando a
las guerras, con palos de madera cuales rifles, apuntándose unos a otros y desplomándose en el suelo. Lo
que hemos visto nos marcará de por vida. Si tenemos que apuntar, si debemos disparar, que sea al silencio
o a la opresión, pero no a nosotros, porque disparando al próximo, la bala también te llega a ti de forma
diferente.

En otro lado, otros cuantos niños esqueléticos jugaban con una pelota que les habrían dejado los chalecos
rojos. Cuando recibimos algo, lo apreciamos y atesoramos como parte de nosotros.
Mi tía adivinó mi expresión y me dejó ir a jugar. Me hubiera gustado que me acompañara, después de
todo, no es tan mayor como para no poder jugar.
Dejé escapar algunas risas mientras golpeaba la pelota y corría con mis amigos. Mas nos cansamos
pronto. A mis piernas cada día les cuesta más levantar mi escaso peso. Sin embargo, a veces me parece
que puedo volar. Ya lo tengo planeado. En cuanto haya un poco de viento, utilizaré mis últimas fuerzas
para pegar un salto y salir volando hasta mi madre.

O si no puedo ir tan lejos aún, me gustaría salir de aquí. Los chalecos rojos son amables, los regalos
esporádicos me gustan, adoro el sabor de mi pequeña porción de comida y la sensación del agua corriendo
por mi garganta. Pero, quiero salir de aquí. Esto cada vez parece más una cárcel: no hay trabajo y no
puedo conseguir dinero, no hay escuela y creo que ya olvidé cómo se leía. Los policías armados no nos
permiten salir del sucio vallado y todos nos piden lo mismo: que esperemos. ¿A qué? A volver a casa, a
ver a mi familia, o a que termine esta absurda guerra. Sinceramente, lo veo muy improbable. Sé que en
mis ojos, a veces, se dibuja un atisbo de alegría, pero es que soy una gran artista y me encargo yo de
pintarlo, para agradecer en silencio a todos los que nos ayudan.
Mi tía ya lo sabe, y también lo desea, por lo que está intentado que nos dejen salir. Viajaremos a algún
sitio, ya nos las apañaremos.
Pronto tuve que volver a ayudar a cargar los bidones de agua, y habiendo terminado la única tarea del día,
no nos quedaba otro pasatiempo que esperar. No solía haber nada que hacer allí, no obstante, ese día
había venido la cámara esa a grabarnos. Yo, como muchos otros niños, nos acercamos a observar. Ladeé
débilmente la cabeza cuando el objetivo apuntó en mi dirección. El hombre que sujetaba el aparato,
portaba un rostro afligido y sus ojos denotaban pesar. Delineé una sonrisa para él, al verle tan triste, y me
alegró ver cómo una sonrisa también se formaba en su rostro, haciendo que la cara se le iluminara y los
hombros se le relajasen. En momentos como estos me siento dichosa.

Ciertamente, la sensación desaparece pronto, al igual que mi expresión. No estoy muy segura de como me
verá el mundo. Algo que tengo claro, es que ya no soy la dulce niña de ricitos almendrados que se miraba
al espejo en la humilde casa de mi azucarada infancia. Aquella niña que tenía marcada una sonrisa como
distinción personal se ha ido. Despareció hace mucho.
Tengo la impresión de que me ha abandonado y no volverá. Porque ahora, mantener elevados los
extremos de mis áridos labios me cuesta un mundo.
Junto con todo los muchachos curiosos, sigo a los recién llegados. Se saludan entre ellos, y se dan
golpecitos en la espalda. Odio ese gesto, y no hago más que verlo continuamente. No dejan de recordarme
a mi abuela. Su voz sigue sonando en mi interior. Mi abuela…creo que una lágrima se ha escapado de mis
ojos con su recuerdo. Efectivamente, cuando toco mi cara llego a apreciar el camino de tristeza, añoranza
y desolación que va creando en mi rostro, sobre mi mejilla de chocolate, aquella fugitiva ladrona de una
parte de mi alma y de mis más profundos sentimientos.
Pero, no puedo evitar soltar un suspiro amargo. El tacto de mi semblante recuerda perfectamente al barro
del suelo. Es normal, después de todo, estaba llena de tierra.

Muchas partículas de arena se han elevado sobre nosotros al paso de nuestros pies. Manchando no solo
nuestros rostros, también nuestros recuerdos, dificultando nuestros caminos y saboteando nuestros
esfuerzos. Estamos viviendo, porque aún no hemos muerto. Porque, aunque sentimos dolor y soledad, aún
no nos ha tocado desaparecer. Pero, pocas cuerdas son las que ya nos atan. En algunos solo el cuerpo
sigue en pie, porque el alma ya voló hace mucho.
Creo que aún no soy de ese tipo de personas. Tengo a mi tía y mis recuerdos. Si conservo la vida, ellos
vivirán también. Aunque, debo confesar que algunos días tengo miedo de que al despertar pueda respirar;
porque eso quiere decir que aún no ha acabado. Pero, el amanecer llega indiferente a todos. Pero, bueno,
son solo algunos momentos. Quiero seguir hacia delante, caminar lejos. Incluso teniendo los pies, el
cuerpo, la mente llena de heridas; podré sonreír verdaderamente cuando la vea, cuando sienta la libertad.
Para eso, sin duda, es importante que tenga fuerzas. Una buena parte de ellas las sacaré de mi interior,
será el último de mis esfuerzos para huir. Pero, también me viene inmejorablemente bien comer. Por eso,
busco a mi tía, para ir juntas a por nuestra ración de comida.

Por unos minutos, paseo sola por entre las tiendas y los contenedores, es decir, las insufribles viviendas
que hay aquí. Se ha levantado un poco de viento, que dificulta mi caminar, y la tierra que arrastra me
escuece los ojos. Levanto la cabeza para intentar evitar tan molesta sensación, y pestañeo repetidamente
mientras observo la bóveda celeste, con la leve pincelada en la mente del cielo de antaño. Otro suspiro se
escurre entre mis labios. ¿Cuántos irán ya?

Mi tía está sentada, en el suelo, cerca de nuestro contenedor-casa. Tiene los ojos cerrados y,
extrañamente, su cuerpo no deja de convulsionar. Está llorando.
Me acercó corriendo hacia ella, en ese momento no importa ni el viento, ni el hambre ni el cansancio.

-Tía – susurró a su lado, mientras me estremezco también al contacto de nuestros cuerpos.

Estaba empapada. De agua, afortunada o desgraciadamente. Pero, por unos instantes, siento escalofríos
que recorren mi endeble cuerpo al recuerdo de cuando, en esa misma postura y con la misma
desesperación, sostuve a mi mejor amiga. Su frío aliento chocaba en mi cuello mientras la abrazaba.
También estaba empapada, pero en ese caso era de sangre, su propia sangre. Recuerdo y siento, como si
me estuviera ocurriendo ahora mismo, aquel dolor en el pecho. Como si me clavaran una daga en los ojos,
empecé a llorar, me ardían. Había compartido todo mi vida con aquella muchacha, y ahora mis piernas se
habían convertido en su lecho de muerte. Las mismas piernas que tendrían que partir, avanzar sin ella.
Además, fue todo muy rápido. Le supliqué que se quedara a mi lado, que no me soltara, que no caminara
en esa dirección, ya que era mi luz lo que se estaba yendo con ella…Maldito sea el tiempo que corre en
nuestra contra, que nos separa; pensé en ese momento de ira, de pesar y de condena. Pero, no quería
correr la misma desgracia que esa chica con la que me crié y que fue mi sostén en todo momento.
Abracé más fuerte a mi tía, intentando consolarme también a mí misma. No hacía falta explicaciones, al
menos, no eran necesarias una vez que vi el cubo que usamos para recoger agua todas las mañanas, que
ahora estaba volcado.

-Levanta. Vamos a comer – pronuncié pausadamente cerca de su oído.
Ella dirigió la mirada hacía mí e intentó hablar, supongo que para disculparse o culparse. Pero, no hacía
falta, lo veía en sus ojos y eso me dolía más. No dejé que hablara y la ayudé a incorporarse. Emprendimos
el camino hacia donde nos darían la comida, en silencio y con calma. Sin mediar palabras. El ritmo de su
corazón era rápido, se notaba. Me pregunto qué estará pensando, si estará castigando o insultando; o
rememorando todos los errores del pasado. Supongo que se siente culpable por haber derramado el agua,
que ahora se ha convertido en uno de nuestros vienes más preciados y fuente de nuestra vida y energía.
Yo solo espero que se esté perdonando, como yo lo he hecho.

De improviso, giró la cabeza hacía mí, y es que la he estado mirando mucho tiempo. Sin darme cuenta de
por dónde andaba, ella me estaba guiando, como lo ha hecho durante todo nuestro viaje. Nos miramos
unos segundos. No sonreímos, no me abraza o me acerca a ella. Tampoco me despeina el pelo ni me da
golpecitos en la espalda. No hace falta mentiras ni esperanzas hipócritas entre nosotras. Ya no. Pero,
nunca nos soltamos.
“No sueltes mi mano. Yo no soltaré la tuya” fueron sus palabras mientras corríamos lejos de nuestro
hogar. Ambas dejábamos muchas cosas detrás, pero yo sabía que ella estaba allí. Me dijo que no me
dejaría. Que corriera.
Ahora, también andamos veloz, pero esta vez para comer, no para no morir. Aunque, de otra forma,
también es ese el objetivo. Ya no comemos para crecer como decía mi abuela, para hacernos fuertes como
repetía el abuelo, o para celebrar algo, como todos hacíamos. No nos queda más que comer para vivir.
Mientras saboreábamos los alimentos como el más grande de los placeres de esta vida, no se me ocurrió
otra cosa que decir:

-¡Hey! No te rindas. Me has prometido muchas cosas y me has dado esperanza. ¡Que no me entere yo de
que era falsa y tú no la sentías! Yo sé que las dificultades se pueden superar, aunque a veces necesitemos
ayuda; y tú eres mi lugar de apoyo y la luz que me guía. Los errores son como las arenas movedizas, ¿lo
sabías? Mira, primero, están escondidos y puede que no caigas en ellos. Pero, ¿y si lo haces? Hay dos
opciones: luchar por escarpar de ahí y recuperar el camino, o quedarse quieto, dejarse llevar y acabar
sumergido en el fango. ¿Qué vas a hacer tú?

Ella levantó la cabeza, sus ojos me miraban fijamente, y transmitían todo lo que sentía. No hice nada por
apartar su mirada intensa, es más, continué mirándola, escuchando cómo me hablaba sin palabras.
Finalmente, me sonrió dulcemente al tiempo que giraba su cabeza mirando de esa forma maternal dulce,
pero superior; como si lo que hubiera dicho fuera una tontería. Yo creo que es la verdad. Pienso que
donde hay esperanza, hay un pozo de fuerzas ocultas y no podemos dejar que se seque. El espejismo de lo                                                                              que soñamos debe hacerse nuestra realidad, y será así si no nos rendimos.
No obstante, de momento, me conformaré con su sonrisa.

-Anda. Sigamos comiendo – dijo simplemente en respuesta.

-Está bien. Solo no te rindas. Por favor – susurré débilmente – Gracias por haber sido fuerte todo este
tiempo, por soportar todo lo que ha llegado y le has plantado cara. Pero, tienes que levantarte una vez
más.

Creo que no me escuchó. Al menos, no hizo ninguna señal que diera a entender lo contrario.
Espero que no piense que para mí esto es fácil. Soy consciente de la realidad, de lo que pasa. Es verdad,
que no entiendo el porqué. Entiéndase, yo he escuchado, preguntado y leído sobre el motivo del conflicto.
Pero, no puedo entender por qué matan, por qué morimos. Igualmente, sé que no somos las únicas mi tía
y yo. Tampoco el problema es de todos los que han pasado ante mis ojos.
Pero, que tenga esperanza no significa que me sea sencillo de afrontar. A mí me gustaría andar solo por
senderos de flores, dormir en colchones de plumas y tener un ascensor a mis sueños. Me gustaría poder
contar “uno, dos y tres” y fin, todo olvidado: los recuerdos tristes, los momentos amargos, el tiempo de
desesperación, el dolor del cansancio, el hambre de la añoranza, el sueño del viaje, la oscuridad del
ambiente, el terror de la partida y la sensación de la muerte pasando a tu lado. ¡Hala, todo solucionado! Sé
que las cosas no pueden suceder así. No soy optimista, son muchas las veces que me derrumbo. Pero, soy
una persona realista con esperanza. ¿Qué hay de malo en ello?
En mi interior, en la profundidad de mi ser, aún guardo un atisbo de esperanza. Sé que floreceré por
completo cuando todo esto acabe. Aunque ahora lo único que brota es la destrucción, la luz debe atravesar
la oscuridad. Solo tengo que esperar hasta ese momento. Aunque es difícil esperar. No me refiero a
resistir el cansancio, el hambre o la penuria, me refiero a que será difícil porque tengo que sujetar mi vida,
mi alma, con fuerza para que no vuele lejos. Pero, sigo creyendo que se puede. No importa cuánto dude
en ocasiones porque se puede. Necesito que mi tía, mi único apoyo, también lo sienta. Que no diga adiós
al ángel color verde, la esperanza.
Bueno… será mejor que me relaje. Inspira y expira. Inspira y expira. Sonríe. Sigue comiendo. Bien, así.
Puede que en este momento me sienta un poco frustrada por la confesión no pronunciada de mi tía. Si no
estuviera frustrada, sería porque yo también me habría rendido. Así que puede que éste sea el sentimiento
correcto.

Estuvimos comiendo en silencio. No había nada más que decirse. Al terminar, comencé con mi
acostumbrado paseo. Este ritual consistía en andar, a paso lento, por el campamento. Me gustaba observar
y analizar a los que estábamos aquí. Tampoco me negaba a formar parte de algún equipo para cualquier
juego. Si no estaba cansada.
El camino no se hace largo ni corto, ya que no tengo destino final, realmente. A veces me quedo quieta en
medio de todo y de nada, y me pregunto por dónde debo ir. Siempre concluyo que es mejor ir recto, no sé
por qué. Pasaba lo mismo cuando estuvimos fuera del recinto. Nunca hubiera sabido que hay tanto y
tantos caminos y decisiones que tomar con la duda siempre presente de cuál será la dirección correcta.
Tampoco nunca me hubiera sentido de esta forma. Lo cual, sería cuanto menos agradable.
Cuando paseo, no estoy sola. Me acompañan mis recuerdos y la imagen de éstos se hace más viva y nítida
en estos atesorados momentos de tranquilidad. Imaginariamente, observo a mi madre, mi abuela, mis
amigas… hablar conmigo. Invento sus palabras, guío sus pasos y acciones. Tengo que reconocer que, en
ocasiones, salgo llorando. Se podría decir que es como jugar con fuego. Pero, nunca dejaré de hacerlo. Al
igual que nunca dejaré de soñar o de creer en mis sueños. Por cierto, estos ahora han cambiado. Ya no son
las aspiraciones infantiles de ser actriz o ser famosa. Lo que me haría feliz y lo que será mi meta a partir
de ahora es ayudar. A quien sea, en lo que sea, como sea. Pero, dedicaré mi vida a ayudar a todo aquel
que lo necesite. Porque a veces solo un abrazo puede ser un sólido bote salvavidas, no daré de lado nunca
a nadie. Porque a veces una sonrisa puede hacer que continúe el latido, no giraré nunca la vista hacia otro
lado. Porque a veces una buena voluntad puede hacer que el mundo gire, no dejaré de gritar lo que siento.
Claro, todo eso, si no muero antes de tiempo. A veces, la ignorancia del futuro me lastima profundamente,                                                                             porque no sé si estaré caminando por lo que será mi tumba.