En Oviedo estamos asistiendo a unos conciertos donde las obras de nuestro tiempo ocupan programas, incluso con estrenos mundiales o nacionales, caso del sexto abono de la OSPA que nos devolvía a dos conocidos, el director australiano Kynan Johns (que era uno de los candidatos a titular y trabaja en EE.UU. muy cerca de Milanov) y mi querido pianista uzbeko Eldar Nebolsin (afincado hace años en Madrid y que tocó en Oviedo el 18 de marzo de 2010).
Se escuchaba por primera vez en España Astrolatry (2011) de Avner Dorman que quise disfrutar sin leer antes las notas al programa -esta vez de Luis Suñén- que recogen la explicación del propio compositor sobre su obra, buscando la primera impresión sin mediatizarme disfrutando con ella, muy exigente para la orquesta con amplios efectivos, refuerzos por otra parte habituales en partituras para plantillas casi centenarias, donde los efectos tímbricos me sorprendieron buscando la fuente sonora, bien traídos y en simbiosis con unos ritmos muy americanos que beben de las polirritmias y van desde Bernstein al famosísimo Take five de Brubeck. El título de las dos partes ya apuntaba el ambiente recreado desde un lenguaje sinfónico nuevo pero con perfecto conocimiento de la instrumentación, explorando colores y texturas en todas las familias para lograr Revelaciones celestiales: Lento que la percusión de la OSPA dibuja como nadie, contagiando su entusiasmo, hasta una auténtica Noche de San Lorenzo en El culto a las estrellas: Con un sentimiento techno, mecánicamente constante, derroche sonoro bien dibujado por la batuta clara y elocuente del maestro Johns, referencias a Lito Vitale (también tiene su Estrella del Sur) desde un lenguaje sinfónico pleno de nuestro tiempo que para los de mi generación ha convivido perfectamente con otras músicas o estilos. Éxtasis sonoro y auténtica delicia encontrar profesionales y formaciones que apuesten por traernos nuevas obras de auténtica calidad, y una orquesta capaz de amoldarse a lo que le echen estando en un momento realmente dulce.
Para la segunda parte nada menos que la Sinfonía nº 4, Op. 29 "Inextinguible" del danés Carl Nielsen, poco escuchada en vivo y auténtico esfuerzo para todos los profesores en sus cuatro movimientos que se ejecutan sin pausa, a los que tanto la maravillosa escritura orquestal como una exigente dirección les impuso, y mereció la pena. Si la primera parte del concierto resultó explosión sonora, el arranque presagiaba todo lo siguiente. Como apunta Suñén al recoger por qué Nielsen tituló así esta sinfonía "que la pieza trata sobre la voluntad de vivir y ellos es un sentimiento inextinguible", la interpretación fue voluntad de hacer Música, con mayúsculas de cabo a rabo, concentración total desde el Allegro en un despliegue de buen gusto en todas y cada una de las secciones: las maderas, la cuerda con la tensión necesaria, dinámicas sugerentes, contrastes de una Dinamarca que conozco y admiro hechos sinfonía, melodías que se rompen y reconstruyen cual puzzle sonoro, dramatismo y respiro, metales cálidos que sin transguedir pueden eclosionar en un final impactante con dos timbaleros a izquierda y derecha poderosos, amenazantes y apoteósicos, discurrir de solos a cual mejor para desembocar en una melopea total, explosión necesaria tras un esfuerzo del que Johns obtuvo recompensa. El nivel sigue muy alto.