La cervecería es esa clase de sitio donde, sólo de ver el mostrador surtido de bandejas plateadas repletas de comida, te da hambre nada más entrar. Platos preparados en la cocina que comunica directamente con la barra, donde de cuando en cuando asoma una señora gorda con un gorro blanco que le cubre parte del pelo. En la barra se agrupan los clientes no habituales, esos que consumen su cerveza o refresco, engullen la tapa correspondiente, pagan y se marchan con la música a otra parte. Es un decir. En cambio, en las mesas están los fijos, matrimonios de edad avanzada, señoras maduras y jóvenes sin ocupación, que pasan sus largos ratos a la vera de una jarra, un café con leche y, si acaso, unos churritos de la casa. A la cuarta caña, la cabeza me bulle y la lengua se me suelta. Manolo, cigarrillo en mano, abre unos ojos desorbitados antes de soltar un par de volutas. - Manolo, me caso –le digo- Y quiero que seas mi padrino. - Perfecto. ¿Y quién es la madrina? –responde.
- La abuela Pruden, por supuesto.* Finalista del XI Concurso de Relatos Breves José Luis Gallego