El principio prometía. Una historia basada en hechos reales sobre cómo una cuadrilla de gente, aparentemente sin nada en común, se unen con un único propósito: salvar cuantos judíos puedan de una muerte segura en la época de la Segunda Guerra Mundial, a manos del ya archiconocido régimen de Hitler.
El comienzo del libro se me hizo un poco lento y me pareció que muchas partes de la historia se podían contar en muchas menos páginas. Me resultó algo sosegado en la narración del quehacer diario de esa población de Canfranc y de su pueblo y bastante calmoso para llegar finalmente a conocer a los personajes protagonistas de tan singular trama.
Pero como a mitad de libro, todo cambia. La novela comienza a engancharme y tardo poco o nada en llegar a finiquitarme las 200 páginas finales. Me atrapa la historia de esta magnifica terminal del valle de los Arañones y me sorprende sobremanera la otra cara de una guerra, tan conocida, en un país "teóricamente" neutral. Una trama emotiva, con acción, amor (sin moñerías), valentía, injusticia, incertidumbre, miedo y sobre todo y por encima de todo AMISTAD.
Lo más curioso de todo esto, y que me perdonen los aragoneses, es que no había oído hablar en mi vida de la estación de tren de Canfranc, que comunicaba tan eficientemente España con Francia no hace tanto tiempo, y ahora tras esta experiencia narrada por Rosario Raro, no podré jamás olvidarme de ella.
foto cedida por Cristina Jiménez Izquierdo
Este libro ha conseguido, no sólo arrancarme más de una lágrima y despertar esa conciencia dormida que a veces necesita recordar los cataclismos que el hombre en su egoísmo es capaz de originar, sino hacer que conozca un poco más de mi propio país, del que está claro que cuanto más aprendo, más me doy cuenta de lo mucho que me falta por conocer.Con esta novela de Rosario Raro he revivido esa sensación, salvando las distancias, que ya en su día me transmitió el libro de "Por quién doblan las campanas", acerca de cuán importantes pueden ser las personas de a pie en el transcurso de una guerra. Y de cómo hay una vida paralela de pueblos enteros que sufren esas guerras incluso más que la milicia, sin batallarlas en el frente. Tras leer este libro he encontrado navegando por internet, que es posible que se reabra esta estación algún día. Sólo deseo que finalmente se consiga, porque una joya como ésta, no sólo arquitectónica sino en una visión mucho más importante histórica, no debería estar condenada al olvido.
Como tarea pendiente me queda por supuesto, ir a visitar esta terminar del valle de los Arañones y conocer esa habitación bisiesta del Hotel Continental, que tantas y tantas vidas habrá salvado, mientras otras (no menos importantes ni menospreciables) se quedaban en el camino.
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