En el siglo VI reinó en lo que quedaba entonces del Imperio Romano un gran emperador. De hecho, cuando esta gran figura reinó ya hacía mucho tiempo que la parte occidental del Imperio Romano, Roma incluida, había caído víctima de las invasiones bárbaras. Este gran emperador reinó sobre el llamado Imperio Romano de Oriente, también conocido como Imperio Bizantino, con capital en Constantinopla, hoy Estambul, y ha pasado a la Historia por ser el último de los césares romanos, antes de que la parte oriental de imperio cambiara de carácter de manera radical. Este imperio poco después se convertiría en un estado de cultura griega cuyas fronteras fueron menguando cada vez más hasta su fin definitivo en 1453.
Este César se propuso devolver a su Imperio la grandeza que había tenido Roma en los siglos anteriores y, para ello, dedicó una gran parte del presupuesto de su Estado a invadir y así recuperar todas las provincias del Imperio Romano de Occidente, entonces en poder de los bárbaros. Reconquistó el norte de África a los vándalos, reconquistó Italia a los ostrogodos, conquistó el sur de la Península Ibérica a los visigodos y no pudo reconquistar la Galia. La proeza militar de este emperador fue tan impresionante para su tiempo como efímera, menos de un siglo después se había vuelto a perder todo lo reconquistado; al aparecer el Islam, el Imperio de Oriente perdió Egipto, Siria y el Norte de África, los lombardos les arrebataron Italia y el Imperio Bizantino se cerró en sí mismo, menguando y perdiendo poco a poco todo su territorio hasta desaparecer.
Justiniano fue un gran césar pero se olvidó de algo primordial; nos guste o no, cada época histórica pasa y da lugar a la época siguiente, y no hay vuelta atrás. Tuvo un gran éxito militar pero duró poco, al final, la marea de los acontecimientos es imparable; no se puede nadar contra la corriente, si se intenta se puede conseguir durante un tiempo, pero al final el cansancio nos ganará y la corriente nos arrastrará. Es así siempre.
Hace poco ha aparecido la noticia de que grandes fondos de capital-riesgo está invirtiendo en inmuebles en España y tal noticia se está aireando como si del fin de la bajada de precios del sector inmobiliario se tratara. Si los inversores extranjeros compran viviendas españolas de manera masiva sólo puede ser porque los precios ya han tocado fondo y, por tanto, pronto volverán a subir, y el país podrá volver a construir viviendas con alegría, ya que todo habrá pasado. De aquí a volver a plantearnos escenarios con la construcción como gran reina sólo hay un paso.
Vamos a ver, ni tanto ni tan poco, seguramente los precios inmobiliarios ya han tocado fondo, no sería de extrañar; pero no olvidemos que la burbuja inmobiliaria ha causado los estragos que todos conocemos. Es bueno que el mercado inmobiliario se recupere y que se pueda volver a reactivar; ahora bien, la época de la economía española basada en el ladrillo ha pasado. Igual que Justiniano se equivocó al intentar reconstruir los tiempos pasados, tampoco nos iría mal intentar aprender de lo que no se ha hecho demasiado bien para evitar situaciones parecidas. Es muy buena noticia que los precios de los inmuebles frenen su caída, y también que los fondos extranjeros inviertan en ellos, pero pienso que esto no nos debe hacer olvidar que, si se ha producido esta crisis y ahora estamos como estamos, ha sido en gran parte por una apuesta productiva excesivamente centrada en el sector de la construcción. Es el momento de diversificar la economía española, potenciar aquello que sí se nos da muy bien, como el turismo, y buscar ser punteros en otras actividades, como por ejemplo, la investigación y desarrollo de energías alternativas. Volver a la fiesta constructiva sería como la empresa de Justiniano, ya ha pasado su tiempo; si nos esforzamos por mejorar, soy de la opinión que nos sorprenderemos a nosotros mismos. Ojalá.