Volver desde… el molesto dolor

Por Hijosdeevayadan

Febrero y sobre todo marzo ha sido un tiempo para la acción y el caos, pero también para el silencio y la reflexión, para la lucha y los retos (algunos que compartiré en breves días, otros que espero compartir en algunos meses y otros que quizás nunca comparta), pero sobre todo para leer con ojos serenos, con paciencia esperanzada el futuro en lo personal, en lo laboral y en lo social… Toca ahora volver, sin olvidar aunque sea molesto (como nos recuerda Juan Rubio Fernández) el sitio desde el que salimos un día

He visto rostros sin chispa de esperanza en ojos, agazapados y hundidos de muchos jóvenes. Muchos de ellos tuvieron algo en sus alforjas, pero les han arrebatado la esperanza y la ilusión. Son jóvenes a los que no quieren en esta sociedad, que buscan trabajo, que buscan iniciar su vida, que se quieren sentir útiles, bien preparados, pero no queridos. Con nervio en sus adentros, sus manos no son requeridas, sus conocimientos denostados. Se les hunde el mundo a sus pies y deambulan buscando miradas que confíen en ellos. Son cruces que se levantan en una sociedad que los ha engordado para ahora escupirlos en los lodos de la crisis financiera, económica, política y espiritual.

He visto mujeres atadas al duro banco de un matrimonio forzado, de una relación atada a las leyes externas, cuando la ley interna del amor se ha desatado. Mujeres que andan cabizbajas y no tienen a dónde ir. Volver a su casa es un infierno. El mal trato, la vejación, el odio, el grito, el manotazo duro en el alma, les ha robado la dignidad. Sus rostros expresan un tedio infinito. Sufren la sinrazón de una sociedad machista que les niega el derecho a ser mujeres y de unas leyes aún hechas por hombres duros que siguen pensando que la mujer es sólo un cuerpo abierto a los caprichos del hombre.

He visto enfermos sin manos que los cuiden, enfermos del alma, enfermos de melancolía, enfermos en cuyos rostros se aprecia el abandono. Les faltan recursos para seguir adelante y se han echado a la calle, como ballenas varadas en la playa, esperando el final, porque les falta valor para adelantar el final. Cada vez hay más enfermos de esta índole, atados a la incomprensión de quienes los rodean y les molesta el dolor. No tienen recursos para terapias caras, para tratamientos avanzados. Se conforman con lo que tienen, lo único que les queda, los minutos de su reloj que avanzan inexorables.

He visto niños, muchos niños deambulando sin sonrisa por las calles, lamiendo sus labios por la envida de una sociedad que pintan de bienestar. No saben qué es jugar, qué es reír, qué es ser abrazados simplemente. Les ha faltado el abrazo cálido de ternura que tanta confianza devuelve. Son niños de la calle, pero niños también aislados en sus casas.

He visto hombres y mujeres que viven un infierno interior terrible porque se han sentido marginados por su identidad sexual, porque se les niega su derecho a amar a las personas del mismo sexo. Los he visto beber sus lágrimas a tragos porque han tenido que encarcelar su amor intenso por barrotes de leyes injustas y por morales que los encadenan y atrofian.

He visto a gentes de otros países con miradas agazapadas, temiendo la expulsión, queriendo abrirse paso en una sociedad que tiene otro color y otra manera de ver las cosas. Rechazados en el colegio y en los espacios sociales, se han buscado un nido propio, una habitación propia llena de imaginación, pero falta de acogida. Son los inmigrantes de nuestros pueblos y barriadas.

He visto mucho dolor en ancianos solos, muy solos, que lo han dado todo y solo les queda que alguien los mire con ojos de agradecimiento. Son los ancianos aparcados y olvidados.

… el sitio desde el que seguir dando pasos día a día.