Votar cada dia contra los políticos que deslegitiman el sistema

Publicado el 28 junio 2013 por Franky
Las encuestas ya señalan a la clase política como el gran problema de España. Es una clase desprestigiada y claramente culpable de las grandes desgracias que nos azotan, entre ellas la pérdida de la prosperidad, el deterioro de la convivencia y el hundimiento de los valores. El principal problema de la España actual es que el desprestigio de los políticos y la desconfianza en el liderazgo han acabado con la democracia, un sistema que, sin la fe de los administrados en sus administradores, pierde su legitimidad. --- Al contemplar impotentes cómo nuestro país, mal gobernado, se hunde, víctima de sátrapas cuya única obsesión es mantener el poder en sus manos y conservar sus privilegios de casta, los ciudadanos libres se indignan y, llenos de furia democrática y rebelde, rumian su dolor y su impotencia frente al poder.

Esa conciencia de traición, unida a la desesperación que se siente cuando se comprueba que el sistema se alimenta a sí mismo y que los ciudadanos, en teoría los soberanos, no podemos hacer nada por cambiarlo porque nuestro poder está secuestrado por los partidos políticos dominantes y por las castas de políticos profesionales, genera una inmensa desesperación..

Quizás sin percibir todo el alcance de lo que están haciendo, esos partidos políticos que se han apoderado de la democracia española están cavando una inmensa fosa que les aleja para siempre de esa ciudadanía a la que dicen servir.

¿Qué hacer ante la arbitrariedad y el abuso del poder?

Los ciudadanos ya no confían en sus dirigentes políticos, lo que implica la muerte de la democracia, un sistema que se basa en la confianza que los representados depositan en sus representantes. Ese divorcio siniestro entre los ciudadanos y sus dirigentes deslegitima el sistema, aunque los elegidos hayan surgido de un proceso electoral con apariencia democrática.

Esa desconfianza en la casta política profesional está conmoviendo también los cimientos de la cultura y de la convivencia. La crisis política, agudizada por una crisis económica que nos ha permitido comprobar la mediocridad de nuestros dirigentes y el alcance del mal gobierno, se está transformando en una crisis generalizada del sistema y de las reglas del juego que rigen nuestro mundo.

Muchos empiezan a creer que ha llegado el momento de defender la dignidad de la razón y que la única vía para lograrlo es apelando de nuevo a la ley natural. De ahí a pensar que el sistema ya no sirve y debe ser redefinido, porque sus vicios y dramas son irreversibles e incurables, hay sólo un pequeño paso.

El Papa Benedicto XVI, consciente del enorme deterioro de los poderes políticos en este mundo mal gobernado, lo define con precisión: "La ley natural es, en definitiva, el único baluarte válido contra la arbitrariedad del poder o los engaños de la manipulación ideológica. La ley inscrita en nuestra naturaleza es la verdadera garantía ofrecida a cada uno para poder vivir libre y respetado en su dignidad".

Ante la nueva situación, cobra una importancia especial "el voto diario" del ciudadano. No hay que esperar cuatro años para intentar cambiar el rumbo de nuestra triste historia o para expresar nuestra protesta ante el abuso y el mal gobierno. No sólo votamos cuando se abren las urnas cada cuatro años para elegir diputados, senadores o concejales. Podemos hacerlo, de hecho, cada día, con nuestro comportamiento, al optar por ser libres, al elegir medios de comunicación limpios y no comprados por el poder, al entregar nuestra adhesión y nuestro dinero a causas nobles, al expresar nuestro desprecio a los corruptos y a los que abusan del poder, de mil otras maneras, desacreditando y desenmascarando a los malos gobernantes, a los que mienten, roban y abusan de su poder, saboteando el poder del corrupto y del canalla con mando en plaza.

Ante la constancia de que el voto en las urnas no cambiaría nada, sino únicamente que un partido sustituya al otro en el poder, sin que se regenere la democracia infectada, el voto diario de cada ciudadano se transforma en el protagonista de la democracia y en la única esperanza.

Votemos cada cada día con nuestra protesta, con nuestra crítica a los que han traicionado el sistema, señalando con el dedo a los curruptos, haciéndoles sentir nuestro desprecio, alimentando nuestros valores democráticos, nuestra rebeldía y sentido de la justicia y de la equidad.

Votamos cuando nos oponemos a la clase política que nos malgobierna y nos lleva a la derrota como pueblo, votamos cuando despreciamos a los que han sustituido la democracia por una sucia oligocracia de partidos y de políticos profesionales, cuando luchamos por recuperar los valores, cuando nos rebelamos contra lo injusto y cuando buscamos y defendemos la verdad, que cada día más es un bien escaso en esta sociedad de cobardes, mentirosos, opresores y esclavos.