Tres votos, posiblemente comprados, han salvado a Silvio Berlusconi de una moción de censura, que amenazaba su futuro político. La Cámara Baja italiana fue ayer escenario de un espectáculo más propio de un vodevil que de un debate sobre la permanencia o no en el poder de un presidente, que provoca vergüenza ajena por sus líos de faldas, en muchos casos con prostitutas de lujo, al tiempo que todas sus actuaciones atentan contra la democracia, que para él es sólo un negocio más del que lucrarse mientras arrastra al país a la bancarrota económica y al descrédito ético y moral.
Entre insultos, acusaciones de soborno, empujones y gritos, Silvio Berlusconi logró sumar 314 votos en contra de la moción de censura, que contó con 311 a favor y dos abstenciones. Entiendo la ira de la ciudadanía italiana, que ayer salió a las calles de Roma para protestar contra una clase política, que se ha ganado a pulso el descrédito social. La Cámara Baja italiana se asemeja a un mercado en el todo se compra y se vende por dinero. Los aliados de ayer son enemigos hoy y resuelven sus disputas en una vendetta, que, en realidad, tiene como única víctima a una población hastiada, que ha perdido la confianza en sus instituciones.
Berlusconi carece de pudor y desconoce el significado del concepto integridad. Sus principios valen tan poco como su dignidad y prueba de ello es que ha recibido en audiencia a los tres tránsfugas, que se denominan a si mismos “Grupo de Responsabilidad”. Si no fuera para llorar de impotencia y frustración, dan ganas de reír ante esta representación teatral, ante la que sólo caben los abucheos y los gritos de dimisión. Europa se sumerge en un lodazal, en el que la política ya no está al servicio del pueblo, sino al servicio del mercado y el show-bussiness. Lamentable.