El Rey y el presidente del Congreso
El Rey inicia hoy la tercera y definitiva ronda de consultas con líderes parlamentarios para decidir si convoca nuevas elecciones o encarga de nuevo la formación de Gobierno a un candidato que reúna los apoyos suficientes para la investidura. Así llevamos desde diciembre pasado cuando de aquellas elecciones no surgió ningún partido con mayoría para acometer la tarea de gobernar en solitario o con algún apoyo puntual. Cuatro meses largos en un país en standby, con un Gobierno en funciones, que se niega a ser controlado por el Congreso, y una oposición fragmentada, incapaz de ponerse de acuerdo para construir una alternativa con posibilidades de gobernar. Mas de 100 días en un tira y afloja entre el Partido Popular, que exige ser reconocido como minoría mayoritaria y, por tanto, se le permita gobernar, y un PSOE que precisa de apoyos a diestra y siniestra para desalojar a los conservadores del poder. Nadie da su apoyo a los primeros y los segundos no consiguen el respaldo conjunto de quienes podrían permitirle formar ese Gobierno “del cambio”. La aritmética parlamentaria ha resultado ser más complicada de lo que, en principio, parecía posible con un poquito de voluntad para el diálogo.A la ronda del Rey acuden los representantes de las formaciones políticas con el convencimiento de que, si no se produce un milagro, no hay más remedio que convocar nuevas elecciones generales. Si ello es así, el mensaje que se traslada a la ciudadanía es que sus votos de diciembre fueron inútiles y habrán de afinar sus apuestas en las urnas si quieren que alguien les gobierne tras una nueva campaña electoral que se antoja agotadora. Ninguno de los partidos que se han mostrado incapaces de dialogar asume la responsabilidad de este fracaso. Todos culpan al adversario de una situación inédita en la democracia española y que obliga repetir unas elecciones para conformar Gobierno, sin ninguna seguridad de que el resultado sea muy distinto del que refleja el Parlamento actual.
En cualquier caso, si el Rey se ve en la necesidad de convocar nuevas elecciones, como parece probable, considerar inútiles los votos de diciembre pasado tendrá un precio, un alto precio que vendrá a profundizar la desafección de los ciudadanos con la política y agrandar su desconfianza en quienes no se toman en serio sus deseos, expresados en las urnas. Declarar inútiles esos votos traerá la consecuencia de un mayor desprestigio de un sistema político que no sirve para interpretar y asumir la voluntad democrática de votantes, a quienes se les está exigiendo, en la práctica con nuevas elecciones, una rectificación en toda regla: ustedes se equivocaron, vuelvan a votar otra vez.
Los que están evacuando consultas con el Rey evalúan sus posibilidades electorales y no tienen en cuenta los intereses generales de la población ni las consecuencias de declarar inútil su voto. Ellos van a su bola, esa que aplasta las urnas y sofoca nuestra voz, para regocijo de los populismos que pescan en río revuelto y de los seres providenciales que todo nos lo prometen. A ver dónde acabamos.