Hoy todo el mundo le conoce como Bono, pero Bono fue, cuando U2 todavia era una banda emergente y nerviosa (por oposición a la tranquilidad actual que les generan sus cuantiosos ingresos) Bono VOX. Y lo de ponerse un apellido en un mote es una actitud proto-punk. O eso quiero pensar. Los pseudónimos únicos, como Prince, tienden al mesianismo, pero un pseudónimo combinado es, casi, un alter-ego, cuando no una impersonación. Pues bien, Bono, era Bono VOX, como existía Steve Strange, Howard Devoto, Sid Vicious o Dee Dee Ramone. Cuando triunfó, la partícula cayó. En el olvido, en la papelera, en el pozo negro. Pero Bono ya era otra cosa: Bono podía poner voz en un apestoso disco de música religiosa disfrazada de rock ampuloso llamado The Joshua Tree. Bono VOX hubiera pasado del tema. Ya os lo digo yo.
La voz: Björk, antes de enfermar de la enfermedad del ego musical consistente en pensar que tus hardcore-fans adquirirán hasta una demo que hayas grabado en el WC de tu casa tras combinar Baileys con agua tónica; antes de enfermar de la enfermedad consistente en pensar que los huesos de ballena huecos pueden soplarse esperando que la divina providencia los convierta en material sonoro vendible. Antes, acabo, de enfermar pensando que cada nuevo novio añadido a la lista era un partner codiciado y adecuado para sus ensoñaciones discográficas, Björk le pidió a Mark Bell, componente de LFO y productor de Homogenic, su tercer disco, que el disco se produjera de la siguiente manera: percusiones en un canal, cuerdas en otro, su voz en medio. Simple, preciso: hostia Mark, para qué hacerle caso a los de la compañía, o quien fuera que consideró ese planteamiento como hostil (¿proviene la palabra hostil de la misma raíz que "hostia"?) hacia el oyente, o como suicidio comercial, o como técnicamente demasiado aguerrido, y optó por algo más convencional.
La voz de Björk, peculiar como pocas, era capaz de hacer suya cualquier canción, le imprimía un sello tan personal que, pasado el efecto fascinador de la sorpresa, la gente no tardó en amarla u odiarla. Pero supo combinar vocales con música de vanguardia y salir triunfante en un número apreciable de intentos.Pero resulta que no siempre es así. Sabréis lo de mi página en About.com. No sabréis lo que cuesta encontrar música electrónica decente hoy en día. Me refiero: discos que sobrevivan a escuchas exhaustivas tras las cuales sientas que quieres volver a oírlos, la semana que viene y el mes que viene, y puede que de aquí unos años cuando otros discos se hayan depositado sobre ellos. Y uno de mis obstáculos más frecuentes es la obsesión de los artistas por intercalar vocales. Por transmitir mensajes inteligibles entre sonidos abstractos. No voy a negar a nadie la posibilidad de expresarse a través de un texto (ni entro a saber qué carambainas quieren decirme en esos mensajes), pero, en la mayoría de los casos, y con muy escasas excepciones (James Blake sería una clarísima), en los discos electrónicos, las voces son una absurda molestia. No porque yo sea un integrista de la deshumanización. No es eso: pero el trasvase de estructura pop no siempre funciona, y donde el pop suele necesitar un mensaje, la electrónica no es que no lo necesite: es que lo rechaza directamente.Tantos discos, tantos, a los que me gustaría cortarle esa pista vocal y dejar a la intemperie, hasta que se desecaran y fueran un esqueleto congelado, una cabeza de ganado a la intemperie desértica, donde solo los iluminados somos capaces de ver si hay algo debajo o es todo superficie. Y me veo obligado a presentar un ejemplo sonrojante, una especie de penitencia incluida en el pecado, para que veáis lo mal que lo paso, a veces, y cuan generoso (magnánimo, mejor) soy, de no adjuntar una cuenta de PayPal (no tengo Paypal, pero tengo microondas) para que donéis algo que haga paliar mi sufrimiento.
Obviamente, una basura absoluta. Con la tecnología adecuada, ver estos vídeos hará que el PC apeste, algún día. No pierdo la esperanza.