Una de las primeras cosas que hice esta mañana al llegar a la Facultad fue ir a las aulas en las que estaban mis alumnos conocidos con los que terminé el curso pasado en remoto. Tenía ganas de volver a verlos de verdad. Fue un ratito breve pero agradable, pues tenían clase. Todas y todos con mascarillas, las ventanas y puertas abiertas en todas las aulas y la necesidad, fuera, no solo de mantener la distancia de seguridad y respetar las indicaciones para moverse, sino de guardar silencio para no molestar a los de dentro. La de esta mañana ha sido una experiencia infrecuente. Recorrer el pasillo y escuchar tan cercana la voz de los compañeros que hablaban de la Historia de España y de las compañeras que aludían al Arte Moderno o a la Sintaxis. También me ha llamado la atención de esta anormalidad, cuando otros años el comienzo del curso —y más si se nos viene en un miércoles— siempre ha sido de poca afluencia, que esta mañana me dijera un profesor que había tenido casi un pleno de asistencia de los matriculados en su asignatura, como si en este año académico que hoy se ha iniciado hubiese una avidez insólita por empezar. Por cierto, empezar antes que los niños chiquininos de Primaria y antes que los chavales de Secundaria y Bachillerato, que parece que pueden tener más problemas. Y el caso es que es verdad que la educación no es una prioridad en España, que lo pone de manifiesto la gestión de esta vuelta a las aulas después de seis meses, el «caótico inicio de curso», como ha declarado Francisco García, el Secretario de Enseñanza de CC. OO. Ay, no sé. También he aprendido de los camareros de mi barrio y he desinfectado con un limpiador en spray y una bayeta la silla de mi despacho en la que se han sentado dos compañeros y una alumna. Otra experiencia nueva ha sido mi vuelta a la biblioteca, donde he tocado dos libros recibidos y provocado que, por la presunción de haberlos contaminado, tengan que estar tres días en cuarentena; y donde, tras sentarme en una silla, he tenido que voltearla y dejarla encima de la mesa. La primera vez en mi vida de lector. No me fui muy seguro de la estabilidad de la pirueta. No sé si lo hice bien. La última constatación de toda esta anomalía ha sido ahora releer en este blog la «Vuelta» del año pasado.
Una de las primeras cosas que hice esta mañana al llegar a la Facultad fue ir a las aulas en las que estaban mis alumnos conocidos con los que terminé el curso pasado en remoto. Tenía ganas de volver a verlos de verdad. Fue un ratito breve pero agradable, pues tenían clase. Todas y todos con mascarillas, las ventanas y puertas abiertas en todas las aulas y la necesidad, fuera, no solo de mantener la distancia de seguridad y respetar las indicaciones para moverse, sino de guardar silencio para no molestar a los de dentro. La de esta mañana ha sido una experiencia infrecuente. Recorrer el pasillo y escuchar tan cercana la voz de los compañeros que hablaban de la Historia de España y de las compañeras que aludían al Arte Moderno o a la Sintaxis. También me ha llamado la atención de esta anormalidad, cuando otros años el comienzo del curso —y más si se nos viene en un miércoles— siempre ha sido de poca afluencia, que esta mañana me dijera un profesor que había tenido casi un pleno de asistencia de los matriculados en su asignatura, como si en este año académico que hoy se ha iniciado hubiese una avidez insólita por empezar. Por cierto, empezar antes que los niños chiquininos de Primaria y antes que los chavales de Secundaria y Bachillerato, que parece que pueden tener más problemas. Y el caso es que es verdad que la educación no es una prioridad en España, que lo pone de manifiesto la gestión de esta vuelta a las aulas después de seis meses, el «caótico inicio de curso», como ha declarado Francisco García, el Secretario de Enseñanza de CC. OO. Ay, no sé. También he aprendido de los camareros de mi barrio y he desinfectado con un limpiador en spray y una bayeta la silla de mi despacho en la que se han sentado dos compañeros y una alumna. Otra experiencia nueva ha sido mi vuelta a la biblioteca, donde he tocado dos libros recibidos y provocado que, por la presunción de haberlos contaminado, tengan que estar tres días en cuarentena; y donde, tras sentarme en una silla, he tenido que voltearla y dejarla encima de la mesa. La primera vez en mi vida de lector. No me fui muy seguro de la estabilidad de la pirueta. No sé si lo hice bien. La última constatación de toda esta anomalía ha sido ahora releer en este blog la «Vuelta» del año pasado.