Nos enseñaron en el colegio que, frente a los árboles de hoja caduca (aquellos que se desvisten durante el invierno y que se convierten en tristes escobajos), existe un grupo mucho más tenaz y codicioso llamado árboles de hoja perenne, porque se niegan rotundamente a dejarlas caer. Bien, pues he aquí un volumen de artículos raro, exquisito y de primorosa factura, que viene a corroborar la sugerente idea de que también existen artículos caducos y artículos perennes. Se titula este libro que hoy les comento Vuelta de hoja, su autor es el genial andaluz Manuel Alcántara, y se compone de cien columnas periodísticas (¡ah, esa tentación de los números redondos!) que, centradas en los más variopintos temas. Fueron apareciendo en diversos periódicos españoles entre los años 1989 y 1997.
Manuel Alcántara es malagueño, como lo fue Pablo Ruiz Picasso, y como él gusta de acercarse a la realidad (a eso que tan engoladamente llamamos la realidad) con ojos curiosos, sagaces, críticos, con ojos de pregunta y bisturí. Una vez, Federico García Lorca dijo que él era un pulso herido que rozaba las cosas desde el otro lado; y en idéntica línea de indagación podemos decir que Manuel Alcántara es el periodista al que no le tiembla jamás el pulso para mirar la noticia desde el otro lado; el inquisidor de pupilas reticentes, bigote escéptico y zumba de subidos quilates; el hombre bueno que, armado con su pluma quijotesca, su espléndida ironía y sus fecundísimos juegos de palabras, señala las brutalidades sin cuartel que asolan el mundo, ninguna a los papanatas de relumbrón y castiga con su verbo a los nefarios y a los malages.
Pero es que, si lo escrito se antojara poco, resulta que Manuel Alcántara posee el rarísimo olfato de descubrir un artículo allí donde no parece haber nada, salvo la anécdota pasajera. Así, la muerte por congelación de un mendigo en Madrid (uno entre tantos, línea perdida en la columna de Breves) le permite crear una maravilla de humanidad, asco y literatura a la que da por título Un hombre de mediana edad, y donde nos propone (¿sarcasmo, denuncia, frivolidad, llanto contenido?) construir casas para los indigentes con las pastillas de turrón que nos sobran todas las navidades. O esos melancólicos instantes en los que evoca el mar de Málaga ("Prefiero ahora [...] llevar la precaria contabilidad de mis recuerdos usando de ábaco a las gaviotas"), como un Vicente Aleixandre de la nostalgia periodística. O sus reposadas denuncias del racismo, de la violencia perpetrada por ETA o los miembros de las tribus urbanas ("Se visten todos en el mismo ferretero y los peina a todos el mismo mohicano"), de los excesos auditivos del CESID o de la notoriedad pública alcanzada por los gilifamosos. La mirada agudísima, humana e inteligente de Manuel Alcántara se extiende como los gases, con ansia de inundarlo todo, de analizarlo todo, de fecundarlo todo.
Ni los múltiples y merecidos premios que atesora (Luca de Tena, Mariano de Cavia, González-Ruano), ni los reconocimientos públicos que su labor como poeta y periodista se le han tributado (es Premio Nacional de Literatura), ni la urgencia exigente de su labor (un artículo diario, como mínimo) han conseguido apoltronarlo, envilecerlo ni rebajar la calidad minuciosa de su escribir (Juan Manuel de Prada dejó escrito en su libro Reserva natural que jamás ha logrado detectarle un solo adjetivo estéril). Por eso Alcántara es un mito del articulismo español. Leerlo es un acto de oxigenación y riqueza para nuestros pulmones cívicos y literarios.