Hace un par de meses que España suprimió la primacía del apellido paterno a la hora dar nombre familiar a la descendencia. La norma aprobada, con rango orgánico, tuvo mucha pelotera parlamentaria.
Finalmente se otorgó poder a los funcionarios del registro civil a la hora de decidir el primer apellido del menor, para el caso que los padres del neonato no alcancen un acuerdo previo.
A mí, con los supervivientes de la isla de Tele5 y los supervivientes de Grecia, Irlanda y Portugal, casi se me pasa comentar la noticia. Vayan mis disculpas de antemano.
Pues bien, como he apuntado, parece que la decisión final estuvo plagada de no pocos sesudos debates en las cámaras legislativas. Así, el partido socialista presentó un proyecto en el que establecía la sabiduría ordinal de nuestro alfabeto como criterio para fijar el orden de los apellidos. Ya saben: a antes que b, ésta antes que c, y así hasta donde recuerde.
Más interesante era la propuesta de esquerra republicana, que sugería que la cuestión se dirimiera por sorteo puro. Al estilo UEFA Champions League, pero sin amaños; supongo. Quizá haciendo corresponder números y letras con alguna fórmula confusa, que bien pudiera extraerse de la terminación del sorteo de la ONCE del día del feliz alumbramiento.
Más justa parece la propuesta del peneuve, que abogaba por la prevalencia del apellido menos frecuente. Quizá con la sana intención de eliminar del mapamundi genealógico a los molestos Rodríguez y Pérez que todavía campan por Euskadi.
En cualquier caso, no me negarán que se trata de un importante paso en materia de igualdad de género, al suprimir la prevalencia del apellido paterno. Porque hasta ahora se podía elegir entre un apellido u otro, sí, pero siempre de común acuerdo; y, en caso de disputa, prevalecía el criterio del hombre de la casa. Inconcebible machismo.
Afortunadamente al final reinó la cordura, y serán los funcionarios del registro civil los encargados de poner orden y paz en el seno de la familia mal avenida. Nada dice la ley si se dejarán oír, con voz pero sin voto, las opiniones de los padres de él, los de ella, los hermanos de sangre, e incluso los familiares en segundo y tercer grado.
Lo que yo me pregunto, a modo de curiosidad venenosa, es cuál será el criterio, caso de tenerlo, que utilizarán los empleados públicos en el ejercicio de sus funciones. Porque, dado lo novedoso de su nueva tarea, el temario de sus oposiciones aún no habrá articulado un sistema objetivo y proporcional. Tampoco ha trascendido si el método científico a pergeñar puntuará o no a la hora de obtener la plaza en el sacrosanto cuerpo de los empleados públicos.
A fuer de ser algo más retórico, ¿Lo harán quizá atendiendo a la sonoridad de los apellidos? ¿Lo echarán a cara o cruz? ¿O a pares o nones? ¿Propondrán un pulso entre los cónyuges? ¿Lograrán generar aun más papeleo y menos productividad en el ejercicio de su función pública? ¿Comentarán sus juicios durante el desayuno reglamentario? ¿Dirimirán la cuestión aludiendo al Salomón bíblico, célebre por su sabiduría? ¿Sembrará su decisión jurisprudencia para solucionar posibles disputas en el ejercicio de la patria potestad en un futuro?
No sé. Quizá simplemente nos respondan, en el momento de máxima tensión familiar, con el socorrido 'vuelva usted mañana' que acuñó Mariano José de Larra.