Después de haber codirigido con Juan Carlos Rulfo Los que Se Quedan (2008), una de las mejores cintas mexicanas de ese año y, por lo menos desde mi perspectiva, una de las más logradas y pertinentes películas nacionales de la década pasada, Carlos Hagerman realizó su primer largometraje sólo y su alma. Y, la verdad, ha pasado la prueba con creces. Hagerman sin Rulfo sabe hacer buen cine. Vuelve a la Vida (México, 2009) -presentada en Guadalajara 2010 y exhibida antes en el lejano 30 Foro de la Cineteca Nacional- surgió de un accidente, nos informa Hagerman desde el inicio de este gozoso documental. El cineasta fue a Acapulco a hacer una película sobre los tiburoneros y, en su lugar, se encontró con la leyenda de Hilario Martínez Valdivia, "el Perro Largo", un buzo, nadador, pescador y mujeriego que conquistó, por allá en los años 50, a una despampanante top-model americana a la que llamaba, de cariño, "La Jirafa". La jirafa de marras, llamada Robin Sidney, sigue vivita, coleando y contando anécdotas de su marido, quien le enseño a bucear a los tres hermanos Kennedy y a Johnny Weissmuller, ahí nomás pa'l gasto. Hagerman entrevista a la lúcida Robin; al hijo de ella e hijastro del "Perro", John Grillo; y a los tres hijos de la pareja Robin-Hilario, además de amigos, compadres y demás fauna de acompañamiento de ese hombre cuya idea de festejar el año nuevo era sacar un chico escopetón para tirar balazos a lo baboso, que cazó una enorme tintorera que tenía asoladas las playas de Acapulco nomás para demostrar que podía hacerlo, y que tenía dos mujeres y ocho hijos antes de conquistar, increíblemente, a esa muñequita de sololoy que era Robin Sidney de joven. La galería de personajes es inolvidable y la empatía de Hagerman con todos ellos no se discute en ningún momento -se nota aquí la influencia de Juan Carlos Rulfo-, aunque, al final de cuentas, hay otra figura que termina emergiendo en el desenlace. Me refiero, por supuesto, a John Grillo, el hijastro de Hilario y coproductor de la cinta, un gringo pecoso y "caga-leche" por fuera, pero orgullosamente mexicano por dentro, quien llegó a Acapulco a los tres años de edad y que tuvo que aprender a decirle "papá" a ese hombrón moreno, dicharachero, bravucón y alcohólico que, de todas formas, todos recuerdan con un cariño que se siente real, genuino.
Después de haber codirigido con Juan Carlos Rulfo Los que Se Quedan (2008), una de las mejores cintas mexicanas de ese año y, por lo menos desde mi perspectiva, una de las más logradas y pertinentes películas nacionales de la década pasada, Carlos Hagerman realizó su primer largometraje sólo y su alma. Y, la verdad, ha pasado la prueba con creces. Hagerman sin Rulfo sabe hacer buen cine. Vuelve a la Vida (México, 2009) -presentada en Guadalajara 2010 y exhibida antes en el lejano 30 Foro de la Cineteca Nacional- surgió de un accidente, nos informa Hagerman desde el inicio de este gozoso documental. El cineasta fue a Acapulco a hacer una película sobre los tiburoneros y, en su lugar, se encontró con la leyenda de Hilario Martínez Valdivia, "el Perro Largo", un buzo, nadador, pescador y mujeriego que conquistó, por allá en los años 50, a una despampanante top-model americana a la que llamaba, de cariño, "La Jirafa". La jirafa de marras, llamada Robin Sidney, sigue vivita, coleando y contando anécdotas de su marido, quien le enseño a bucear a los tres hermanos Kennedy y a Johnny Weissmuller, ahí nomás pa'l gasto. Hagerman entrevista a la lúcida Robin; al hijo de ella e hijastro del "Perro", John Grillo; y a los tres hijos de la pareja Robin-Hilario, además de amigos, compadres y demás fauna de acompañamiento de ese hombre cuya idea de festejar el año nuevo era sacar un chico escopetón para tirar balazos a lo baboso, que cazó una enorme tintorera que tenía asoladas las playas de Acapulco nomás para demostrar que podía hacerlo, y que tenía dos mujeres y ocho hijos antes de conquistar, increíblemente, a esa muñequita de sololoy que era Robin Sidney de joven. La galería de personajes es inolvidable y la empatía de Hagerman con todos ellos no se discute en ningún momento -se nota aquí la influencia de Juan Carlos Rulfo-, aunque, al final de cuentas, hay otra figura que termina emergiendo en el desenlace. Me refiero, por supuesto, a John Grillo, el hijastro de Hilario y coproductor de la cinta, un gringo pecoso y "caga-leche" por fuera, pero orgullosamente mexicano por dentro, quien llegó a Acapulco a los tres años de edad y que tuvo que aprender a decirle "papá" a ese hombrón moreno, dicharachero, bravucón y alcohólico que, de todas formas, todos recuerdan con un cariño que se siente real, genuino.