En cualquier país con ciudadanos precavidos ante la pederastia, gravísimo delito que se comete incluso dentro de muchas familias, se rechazaría con asco un héroe navideño de aspecto repulsivo que va a toquetear secretamente la barriga de niños y niñas mientras duermen en sus camas.
Como todas las Navidades desde 2010, este cronista se siente obligado a recordar que este personaje existe en España, en Galicia, donde el nacionalismo ha recreado el Apalpador para sustituir entre los niños a los “extranjeros” Papá Noel-Santa Claus y los Reyes Magos.
El Apalpador se presentó en público por primera vez en 2006 promocionado por el BNG, el Bloque Nacionalista, cuyos militantes lo inventaron o resucitaron alegando que era una figura tradicional en unas aldeas aisladas de la Sierra del Caurel, entre Galicia y León: nada que ver, de ser cierto, con el resto de la región.
Es un carbonero de aspecto sucio, grosero y desarrapado que manosea secretamente la barriga a los niños “para comprobar si están bien alimentados”, y regalarles después castañas calientes.
Los premia con comida, símbolo fundamental en el psicoanálisis, porque posiblemente hubo apalpadores: caciques o abades que, durante las hambrunas invernales que tantas veces sufrían los aislados campesinos de aquellas montañas, daban alimentos y concedían favores a los padres que les dejaban tocar, y hacerles cosas más graves, a sus hijos.
La figura se hace luego amable, según el psicoanálisis o la antropología, para que los padres tapen su infamia tornando al depravado en bondadoso proveedor de víveres.
Revivir a este pervertido demuestra la ceguera nacionalista promocionando personajes degenerados, pero “patrióticos”, solamente para eliminar modelos irreprochables “extranjeros”.
Lo más espeluznante: a los niños les queda el mensaje de que los pederastas son cariñosos y que, dejándose tocar, obtendrán premio.
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SALAS, clásico, genial, verdadero.