Vuelvo a ser mamá (una mamá gata)

Por Y, Además, Mamá @yademasmama

Así, como quien no quiere la cosa, he vuelto a ser mamá. De un gatito de menos de dos semanas separado de su madre y que se ha convertido en el cuarto habitante de esta casa por un tiempo de acogida. El gatín, que aún no tiene nombre (me gusta Simba pero se aceptan sugerencias), me ha hecho recordar mis primeros meses de madre primeriza, -¿acaso alguna vez se deja de ser primeriza?-: prisas por llegar a sus tomas de biberón, culetes por limpiar con los que no sabes ni por dónde empezar y momentos de caricias y piel con piel que no quieres que terminen. Y como, a pesar de sus pocos gramos de peso, ha reclamado nuestra atención, hemos sufrido incluso pequeños momentos de celos de mi hijo, que parecen superados.

El gatito es un bebé en toda regla, pero un bebé bendito, de esos que sólo comen y duermen. Nada parecido a los primeros meses con mi hijo; ésta es una maternidad muy relajada y llevadera, que no quita el sueño. Toma su leche de fórmula especial para gatos huérfanos y enriquecida en calostro (me encantaría saber cómo se fabrica) cada cuatro o seis horas. Primero con ansia, casi loco, como hacía mi hijo, y después ya más pausadamente, disfrutando. Entre trago y trago, tocar limpiarle el culete. Los bebés gatos tampoco controlan los esfínteres y es su madre la que tiene que estimularle para que haga pis y caca. Es algo curioso, se le toca con un algodón y mea. Para que cague requiere un pequeño masaje, y es tan sorprendente cómo lo hace que daría para una segunda parte del post ‘Historias de cacas’.

Después de tenerlo varios días con nosotros he pensado mucho en lo mamíferos que somos. Todos. Como un bebé, el gato ansía separarse de la fría tetina del biberón y tocar carne y a su madre. Por eso siempre acaba succionándome la punta de un dedito por equivocación. Huye de su cuna improvisada, una toalla rodeada de pequeños peluches de gatos y ratones, para acurrucarse junto a mi brazo y sentir el calor de un cuerpo. Y por supuesto, al oir un ruido prefiere estar en compañía de alguien que de su caja de cartón.

En una semana el gatito ya tendrá dientes, controlará sus esfínteres (empezaremos a enseñarle a usar una caja de arena) y dentro de poco podrá empezar con el pienso, pero siempre mojando primero su comida en leche, para que el cambio sea gradual. ¿Os suena? En ese momento podré cortarle las uñas y lo llevaremos a su primera revisión con el veterinario. Los mismos pasos pero a una velocidad de vértigo. Los avances se cuentan de día en día y no de semana en semana: está más espabilado, abre más los ojos y quiere pasar cada vez más rato despierto. Ya se tumba sobre su espalda para que le acariciemos la tripa y le hagamos carantoñas.

Esta temporada con el gato nos está sirviendo para conocer más a nuestro hijo. Aceptó muy bien al nuevo inquilino, pero en cuanto tuvo el mando de la televisión en sus manos quiso atizarle en toda la cabeza. El gato no le ha molestado, siempre duerme en su caja de cartón y ni siquiera reparaba en él, hasta que quería comer. Yo podía cogerle, acariciarle y decirle tonterías, pero si me acercaba con el biberón mi hijo empezaba a llorar haciendo el gesto de ‘no’. Los celos se le han ido pasando. Ahora acaricia al chiquitín, sabe que no hay que estirarle del rabo y le enseña sus juguetes. Lo tolera mientras come y ya se acerca con el bibe para hacer como que lo alimenta.

Se llevará algún golpe furtivo que otro, pero tiene pinta de que va a ser un buen compañero de juegos.