La grandeza que rebosa su obra artística se convierte en retrógrada miseria cuando se observan sus escritos antisemitas y algunos aspectos de su personalidad. Su “El judaísmo en la música” data de 1850, pero entonces aún no era conocido y la obra no tuvo repercusión.
Hilmes describe a Wagner como un impresentable, “un tipo que explotaba a las mujeres, que no pagaba a sus divas, que se servía de la música de aquellos sobre los que despotricaba”
En el otro lado de la barricada, el primo de las biznietas, el musicólogo Gottfried Wagner, continúa renegando de su antepasado y denuncia el profundo antisemitismo y la misoginia del genio.
“Como ser humano era un tipo horrible, pero fue el mas grande compositor de su tiempo, eso nos obliga a luchar contra él, y al mismo tiempo trabajar como él, porque ignorarlo es imposible”, dice Hilmes.
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En el mapa turístico de Leipzig más de veinte puntos recuerdan a Richard Wagner. La casa en la que nació, la iglesia en la que fue bautizado, la escuela a la que asistió e incluso el café que se supone frecuentó. De todos los grandes de la música a los que se asocia la ciudad, desde Johann Sebastian Bach, hasta Robert Schumann, pasando por Felix Mendelssohn Bartholdy, solo Wagner nació en la ciudad sajona que fue capital musical mundial en el XIX. Sin embargo Wagner, cuyo bicentenario se cumple hoy jueves, es, pese a su grandeza, una extraña sombra.Bach tiene su monumento frente a la Thomaskirche, Mendelssohn tiene una imponente estatua de tres metros, que los nazis desmontaron porque era judío, y los Schumann tienen también un recordatorio de3 metrosde alto enla Universitätsstrasse.¿Y Wagner? Tiene un discreto busto, maltratado y medio escondido, detrás de la Ópera y hasta hace diez días un pedestal abandonado y sin figura, realizado en 1913 por el escultor Max Klinger que falleció antes de completarlo. Los nazis quisieron enmendar el asunto con un gran monumento, pero perdieron la guerra y enla Alemaniadel Este, donde se encuentra Leipzig, el gobierno comunista se contentó con el mencionado y escondido busto al celebrar en 1983 el 170 aniversario del genio.El pedestal se encuentra frente al edificio que hasta 1990 albergó la sede local dela Stasi, la policía de Estado dela Alemaniadel Este, en una ciudad que perdió la mitad de sus edificios en los bombardeos anglo-americanos de la segunda guerra mundial. Cuando se le propuso al alcalde poner algo encima de aquel cubo de mármol con motivo del bicentenario, respondió que la ciudad tenía cosas más importantes que hacer. Al final ha sido una suscripción pública la que ha colocado de nuevo a Wagner sobre su pedestal, con una escultura de Stephan Balkenhol que el artista ha tenido que pagar en gran parte de su bolsillo.El nuevo monumento presenta una estatua moderna de Wagner detrás de la cual se yergue una especie de negra sombra del genio que más que duplica el tamaño de la estatua. Toda una metáfora de la ambigüedad que rodea al personaje y por extensión a su bicentenario, que coincide con el 80 aniversario del acceso al poder de los nazis.Nacido en 1813, el año en que la batalla de Leipzig indicó el principio del fin de la Europa napoleónica, Wagner murió en 1883, doce años después de la unidad alemana y arranque del desastroso imperialismo alemán. Revolucionario de la música y del teatro, constructor de catedrales sonoras, genio creador, personalidad arrogante, vanidosa y egocéntrica, artista mesiánico que fabricó su propio mito como héroe de una raza superior, Wagner fue muchas cosas, pero sobre todo fue un gigante del siglo XIX, un siglo convulso y acelerado en el que la industrialización lo cambió todo.Wagner hizo cosas insólitas en música y en la escena, obras colosales como El anillo del Nibelungo, dieciséis horas que le costaron treinta años de trabajo. Anclada en la mitología alemana, aquella tetraología que continuó con Las Valquirias, Siegfried y el Crepúsculo de los Dioses, está considerada como el cénit de su obra de doce óperas, que el prefría llamar “dramas musicales”, diez de las cuales son monumentos universales. Su osadía formal le llevó a crear un nuevo teatro en Bayreuth, bajo el patronazgo del rey Luis II de Baviera, que pagó las crónicas deudas que le persiguieron durante gran parte de su vida.La grandeza que rebosa su obra artística se convierte en retrógrada miseria cuando se observan sus escritos antisemitas y algunos aspectos de su personalidad. Su “El judaísmo en la música” data de 1850, pero entonces aún no era conocido y la obra no tuvo repercusión. Regresó a ella, con una redición en los años 70, cuando ya era una estrella. Fue entonces, en la crisis que sucedió en1873 ala expansión económica que siguió a la unificación, cuando su obra tuvo impacto como catalizador del antisemitismo. Mucho se ha escrito sobre la posible influencia de su fracaso en París y de sus celos hacia autores como Mendelssohn y Meyerbeer, como origen de aquel antisemitismo. El historiador alemán Oliver Hilmes dice que “usaba el judaísmo como metáfora de todo lo que no le gustaba”.Hilmes describe a Wagner como un impresentable, “un tipo que explotaba a las mujeres, que no pagaba a sus divas, que se servía de la música de aquellos sobre los que despotricaba”. El historiador ha escrito un libro sobre los descendientes de Wagner, “Los hijos de Cosima” en el que describe a Sigfried, el único heredero legítimo y responsable del festival de Bayreuth hasta 1930, como un homosexual que fue obligado a casarse para perpetuar la especie.“Le hizo cuatro hijos a su mujer, Winifried, y una vez cumplida la misión se concentró en sus preferencias masculinas. Winifried se sintió profundamente herida y en 1923, cuando Hitler acudió a Bayreuth a una convención menor de partidos de derecha, la mujer vio en él al marido que no tenía; fuerza y autoridad”. Las puertas de la casa de la familia Wagner se abrieron para aquel ex cabo austríaco que no mucho antes había pasado hambre y dormido en bancos de Viena como un indigente. “No está claro que Winifried tuviera una relación con el futuro “Führer”, pero se trataban familiarmente de “Wini” y “Wolf”. “Con las puertas de la casa abiertas, el nazismo y el antisemitismo irrumpieron en el ala conservadora de la sociedad alemana de la que los Wagner formaban parte”, explica Hilmes.Toda esa historia bastante repulsiva está ahí y complica el bicentenario, que las biznietas de Wagner celebraron con un concierto-muestra de su obra en su templo de Bayreuth, donde cada verano el establishment alemán rinde culto a Wagner, entre colas de hasta diez años para conseguir entradas. En el otro lado de la barricada, el primo de las biznietas, el musicólogo Gottfried Wagner, continúa renegando de su antepasado y denuncia el profundo antisemitismo y la misoginia del genio. El popular director musical de la Ópera Estatal de Berlín, Daniel Barenboim, que en 2001 interpretó por primera vez a Wagner en Israel dice que, “la música de Wagner no es antisemita”. “Como ser humano era un tipo horrible, pero fue el mas grande compositor de su tiempo, eso nos obliga a luchar contra él, y al mismo tiempo trabajar como él, porque ignorarlo es imposible”, dice Hilmes
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