Richard Wagner.El judaísmo en la música.Traducción, introducción y notas de Rosa Sala Rose.Hermida Editores. Madrid, 2013.
Estimado lector, está sosteniendo en sus manos un texto infame.Infame en lo estético, por su prosa alambicada y compleja que esta traducción se ha esforzado por verter al castellano de un modo inteligible. Pero, sobre todo, infame por su contenido.Es la clase de texto que uno desearía que no hubiera visto nunca la luz, deseo que comparten casi todos los admiradores de Wagner y de su música.(…)Pero si el texto es infame, cabe preguntarse por qué tomarse la molestia de traducirlo al castellano y editarlo una vez más, doscientos años después del nacimiento de su autor. ¿No sería mejor concentrarse en la belleza que Wagner aportó al mundo en lugar de centrar la atención en una de sus facetas más oscuras?A ello respondería que El judaísmo en la música fue un texto demasiado importante para dejar que duerma semiolvidado, conocido por unos pocos especialistas y frecuentemente sólo de oídas. El judaísmo en la música, a fin de cuentas, es un clásico: un clásico del antisemitismo europeo sin el cual no pueden comprenderse algunas de sus derivas ideológicas. Lo es por lo novedoso de su enfoque, por el impacto que causó y, sobre todo, por el gran prestigio e influencia de las que gozaba su autor. No se trata aquí de una nota a pie de página en la historia de la música, sino de una manifestación de la historia del pensamiento en Europa.
Esas palabras, de la introducción de Rosa Sala Rose a su espléndida traducción de El judaísmo en la música, justifican la edición de este panfleto que Richard Wagner no se atrevió a firmar con su nombre en la primera edición, aunque lo acabó incorporando a la edición de sus Obras reunidas.
En 1850, cuando escribió este artefacto antisemita, que publica Hermida Editores en su colección El Jardín de Epicuro, Wagner era ya un músico famoso que había estrenado Tannhäuser y Lohengrin, un creador de opinión que conocía la repercusión de sus ideas por el prestigio cultural y social que tenía su figura, aunque caiga en generalizaciones tan toscas o en falsificaciones tan mendaces como estas:
Toda nuestra civilización y nuestro arte europeos han sido siempre para el judío una lengua extraña, pues del mismo modo en que no han tomado parte en la formación de esta, tampoco lo han hecho en la evolución de aquellos. A lo sumo, el desgraciado y apátrida judío se habrá limitado a observarlos fríamente, incluso con hostilidad. En esta lengua, en este arte, el judío no podrá sino repetir o imitar, pero nunca expresarse verdaderamente mediante obras de arte o de poesía.
Meyerbeer y Mendelssohn se convierten así en objeto de su desprecio, en sus víctimas propiciatorias frente a Listz y Schumann, en una enfermiza obsesión que leharía reincidir en el mismo tema en varios escritos posteriores en los que radicalizó aún más su postura y pasó del prejuicio antijudío al síndrome antisemita.
Ahora que se celebra el bicentenario de su nacimiento no está de más recordar también estas zonas de sombra del genio, porque –las palabras son de nuevo de Rosa Sala Rose- ignorar las partes oscuras de Wagner en aras de su indudable grandeza musical supone un falseamiento no solo de su música, sino también de nuestra historia.
Santos Domínguez