El médico alemán -éste es su título internacional- también dividió aguas en Cannes meses atrás: por un lado recogió un “cálido y largo aplauso” del público; por otro lado perdió en la sección ‘Un certain regard’ donde había sido nominada.
La diferencia de peso que Puenzo tiene en nuestro territorio (más por propia trayectoria que por ser hija de…) y en Francia (una entre tantos cineastas de origen latinoamericano) podría explicar el contraste entre reacciones institucionales: reconocimiento acá; indiferencia allá. En cambio, resultan más discutibles las razones por las cuales su último largometraje conmueve más al espectador promedio que a algunos jurados.
Una primera gran hipótesis gira en torno a la cuestión ideológica, es decir, al tratamiento otorgado a un hecho histórico, en este caso a la estadía encubierta de criminales nazis en nuestro país. Desde esta perspectiva, es posible que Puenzo haya decepcionado a los entendidos franceses, con una historia que evita retomar la polémica habitual (aunque siempre apasionada) sobre el presunto colaboracionismo del primer gobierno peronista.
Para desilusión de quienes esperaban otra prueba de afinidad entre la Alemania de Adolf Hitler y la Argentina de Juan Domingo Perón, Wakolda está ambientada en 1960. Para entonces, ya habían pasado cinco años desde la Revolución Libertadora y dos desde la asunción presidencial de Arturo Frondizi, con el justicialismo proscripto.
Al menos en esta versión cinematográfica de la novela homónima que escribió la propia Puenzo, el secuestro de Adolf Eichmann en Buenos Aires es la única referencia histórica precisa. Lo demás es una aproximación libre a la personalidad de Josef Mengele, no tanto como personaje histórico, sino como representante de un tipo de individuo (amoral, que considera al semejante un mero objeto y/o instrumento funcional) y como encarnación de la peor versión del determinismo científico y criminológico occidental.
La escasa atención acordada al marco nacional e internacional del relato sugiere dos subhipótesis, con perdón del neologismo: o bien la directora quiso evitarse problemas (quizás porque hay menos gente dispuesta a aceptar que la cooperación con los nazis prófugos dista de ser una conducta exclusiva de la Argentina peronista) o bien se propuso declarar que los Mengele(s) son mucho más que el engranaje de un episodio acotado de la Historia contemporánea: constituyen la encarnación de una mentalidad, con más o menos visibilidad según las circunstancias, pero siempre vigente en el tiempo.
Quienes se inclinen por la primera alternativa acusarán falta de osadía. Quienes adhieran a la segunda opción celebrarán la voluntad de desarticular las definiciones estereotipadas del Mal.
Otra gran hipótesis gira en torno a la cuestión estrictamente cinematográfica. Tal vez los jurados de Cannes y Biarritz hayan considerado que Wakolda es un trabajo serio, con actuaciones convincentes (en especial las de Alex Brendemühl, Florencia Bado y Natalia Oreiro) y una cuidada fotografía (de Nicolás Puenzo), pero con altibajos narrativos.
De ser así, algunos espectadores coincidimos: en especial, quienes consideramos desaprovechada la alegoría de la fabricación serial de muñecas y superflua -incluso algo inverosímil- la anécdota de los archivos secretos que un grupo de alumnos apañados por la autoridad escolar esconde en los alrededores del colegio alemán de Bariloche.
Para quien suscribe, Wakolda es un trabajo correcto, hecho con buenas intenciones, pero sin la consistencia de las películas inolvidables. Aunque habría que ver los largometrajes distinguidos para determinar cuán (in)justa fue la indiferencia de los jurados de Biarritz, y antes de Cannes, a priori no suena descabellado que estos -e incluso otros- films en competencia hayan sabido superar la propuesta de Puenzo.